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Lógicamente, la responsabilidad del desarrollo humano ha recaído siempre sobre todo en la familia y complementariamente en los educadores profesionales de las instituciones educativas. Y hablando con precisión hay que reconocer también la responsabilidad de la sociedad y con ella el rol subsidiario del Estado (artículo 75 de la Constitución Nacional), y colaborando las instituciones de educación refleja, como los medios de comunicación social.
Lo que está claro y universalmente reconocido es que sin familia no hay desarrollo humano, porque la familia concentra óptimas condiciones ideales y es la instancia básica, el escenario ideal para la procreación y la capacitación para la vida de los hijos, para el crecimiento y la maduración, con el clima afectivo necesario para el desarrollo integral de la persona y su dignidad. En la educación familiar está la clave del desarrollo humano y el fundamento de la sociedad.
Precisamente educar es eso, proponer, ayudar, acompañar el proceso de despliegue, de desarrollo de las potencialidades en germen de todas las dimensiones esenciales del educando; la dimensión biológica corporal, la psicológica, la social y la espiritual, orientándolas hacia su máxima realización.
Por la trascendencia definitiva de la familia para el desarrollo humano de los hijos, las sociedades sólidamente organizadas le reconocen la primacía y suprema responsabilidad de la educación, el desarrollo y la garantía de los derechos de los niños, adolescentes y jóvenes hasta su mayoría de edad, confiándoles a los padres “el derecho y el deber de dirigir el proceso de la educación de los hijos”, como prescribe en nuestro país el artículo 71 de la Ley Código de la Niñez y Adolescencia.
Por esto, el haber sido excluidas las asociaciones y organizaciones de padres y familias, por parte del Comité Estratégico y los gestores del Plan Nacional de la presunta Transformación Educativa, además de ser una aberración estratégica y un atropello a los derechos de padres y familias, es un error básico que descalifica de raíz y desautoriza por violación de la ley, a dicho Plan Nacional para el futuro de la educación nacional.
El Presidente Horacio Cartes y el Presidente Mario Abdo Benítez, sin consultar con padres y familias del pueblo soberano, nos han comprometido con la Agenda 2030 de la ONU. Esta Agenda lírica y cínicamente pondera el valor de la familia, pero operativamente impone objetivos y estrategias que la destruyen mortalmente.
Mateo Requesens, en una serie de artículos magistrales titulados “Los secretos de la Agenda 2030″ descubre con su análisis del texto de la Agenda y sus fuentes. los “camuflados” y perversos planes y programas de la ideología de género, que promueve “la igualdad de todos los géneros”, la “extinción de la distinción de sexos”, “el derecho al aborto”, la “inducción a los niños
en el pensamiento de dicha ideología” mediante la “invasión cultural y de la educación formal”, y “la destrucción de la familia”, objetivos precisos, que ya propuso a finales del siglo pasado Shulamith Firestone, la famosa feminista radical de “corte marxista”.
La Agenda 2030, titulada oficialmente: “Transformar el mundo: la Agenda 2030 y el Desarrollo Sostenible”, se contradice intrínsecamente, porque no transforma el mundo sino que destruye las familias y las sociedades y no alcanzará desarrollo sostenible, porque al destruir la familia no hay desarrollo humano posible y menos aún, desarrollo sostenible.
Es increíble, que el Presidente Mario Abdo Benítez, que prometió en su campaña electoral y reitera su promesa de defender a la familia, sea un fiel ejecutor y defensor de, la Agenda 2030 y del Plan Nacional de la presunta Transformación Educativa que la secunda.