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La degradación es la pérdida de la dignidad, es el envilecimiento de la condición humana, la claudicación de los valores propios de la persona. Se da cuando un individuo se convierte en sumiso y servil a alguien a quien aplaude y alaga no precisamente por su virtud, su integridad, su pensamiento, sus principios o su liderazgo natural, sino por su plata.
Joseph Fouché fue un genio de la intriga en Francia. Estuvo al lado de Robespierre, Napoleón y Luis XVIII. A él se atribuye esta sentencia: “Todo hombre tiene su precio; solo hay que saber cuánto”. Era la expresión propia de un cínico, pero reveladora de lo que sucede en la dimensión política, donde el cinismo es atributo omnipresente.
Este proverbio fue aplicado a lo largo de nuestra historia. El chupamedismo, la forma de acción de quien otorga su conciencia, su voto, sus hurras, y hoy sus tuits, sus posteos por un precio, forma parte de nuestra cultura política. Pero raras veces se vio en épocas pretéritas la desinhibición tan torpe y el exhibicionismo tan pornográfico que despliegan los chupamedias, hombres y mujeres (estas en creciente cantidad), de este tiempo.
Se supone que cada cual tiene su precio. Sospecho que en la Cámara de Diputados, por ejemplo, una buena cantidad de legisladoras y legisladores andarán con su código de barras pegado en la frente. El patrón solo tiene que pasar la maquinita para que aparezca la tarifa. Puedo suponer también, en el caso específico del pretendido juicio político a la fiscal general del Estado, que cada día que se prolonga la odisea, hay remarcaciones en los referidos códigos, tantas como en cualquier supermercado del país. Tampoco es cuestión de regalarse, dirán nuestros y nuestras honorables.
Por la colosal obstinación en defender la causa del patrón en este asunto particular, tengo la impresión de que los precios no son los de un outlet. Por el contrario, estarían en escalas premium.
Si van a prostituirse, háganlo a un valor que “jerarquice” su servilismo. No a precio de jagua’i mercado, sino al de un elegante ejemplar de cachorro saluki. Así será más pro decir “soy el perrito del señor”. Ni pensar en las miserables 30 monedas de Judas Iscariote. Con eso no se compra ni una palangana para lavarse las manos. Tampoco hay que mover la colita ante cualquier pelagatos. No, esto tiene precio gourmet.
Si hay que prostituirse y degradarse moralmente en política observando lo antedicho por Fouché, tienen que hacerlo en alta gama. Y un consejo al patrón que paga: debería buscar chupamedias de mejor calidad.