Se buscan candidatos decididos

Por definición, la decisión es “la determinación definitiva adoptada en un asunto”, también es válido tomarla como “la firmeza o seguridad con que se hace una cosa”. De esta forma, la actitud asumida en el momento de tomar una determinación, tendrá mucho que ver con el ímpetu y vigor con que se lleve a cabo, también los eventuales adherentes que –gracias a esta postura llevada a la acción- se puedan ganar por el camino y, por ende, influirá considerablemente en el resultado que se obtenga.

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Por regla general, las personas decididas son respetadas y admiradas, mucho más aún si sus decisiones inciden en aspectos que favorecen de alguna manera o repercuten en el estado de ánimo de los grupos sociales. En este sentido, un gobernante decidido, puede gozar de la adhesión de sus conciudadanos, que incluso lo apoyarán en el caso de que alguna de sus gestiones fracase, siempre que se haya desempeñado con honestidad y transparencia.

Un líder gremial o empresarial, si acompaña su gestión e ideas con decisión y da participación real a sus liderados, tiene grandes posibilidades de éxito. También queda en manifiesto en los deportes, sobre todo en los colectivos, donde el equipo entero sigue y se refleja en su capitán, y para ejemplo nuestra selección nacional de fútbol: A falta de un líder nato, decidido y encarador, vamos dando tumbos desde hace muchos años, habiendo incluso perdido oportunidades únicas de –por lo menos- clasificar a los últimos mundiales.

Decidir implica también tomar la responsabilidad de asumir una posición ante las consecuencias de los actos, y de ser consistentes en la forma de actuar, pensar e influir ante los demás, siempre en concordancia con la decisión tomada. Igualmente, supondrá asumir con humildad la victoria, en caso de alcanzarla, y dado el caso, con genuina dignidad la derrota. Como seres humanos, somos propensos a atribuirnos la responsabilidad de nuestros éxitos, pero rehuimos tomar sobre nuestros hombros la carga de los fracasos, siendo el recurso más fácil endilgarlos a otros.

Buscando en la historia, podemos encontrar varios ejemplos de hombres y mujeres decididos, que lo dieron todo en pos de un objetivo que se habían trazado, y entre ellos nos resulta particularmente atractivo el de Julio César, quien cruzando el Rubicón con sus tropas pronunció la frase “Alea Jacta Est”, que quedaría grabada como sinónimo de desafío y temeridad.

El joven y victorioso general, que se hubiese podido quedar cómodamente instalado en la Galia Cisalpina, próspera provincia romana que le fuera asignada por el Senado, y disfrutar allí de todos los privilegios que el cargo le confería, prefirió enfrentarse a Roma, y al mando de sus tropas -que lo idolatraban-, desafió al destino danto inicio a una prolongada guerra civil contra Pompeyo. El rival no era para menospreciar, también contaba en su haber con grandes victorias militares y había ganado territorios importantes, no obstante, empezó perdiendo las primeras batallas contra Julio César.

Ya convertido en dictador de Roma, Julio César no cesó en su decisión inicial, y continuó la persecución implacable de Pompeyo, atestándole el golpe final en la región griego de Tesalia; la huida de Pompeyo hacia Egipto con el afán de reagrupar sus tropas pareciera no haber sido una buena decisión, porque aquí el líder local Ptolomeo le cortó la cabeza para ganarse el favor de Julio César.

El victorioso dictador romano no pudo gozar su gloria por mucho tiempo, cayendo víctima de un corralito que le hicieron sus propios senadores –se aclara que no fue financiero- donde murió asesinado de 23 puñaladas. No obstante, al margen de esta muerte deshonrosa del genial estratega militar, es mucho más recordado por su emblemática frase al cruzar el Rubicón.

Todos tomamos decisiones, algunas importantes y otras no tanto, pero nos corresponde por derecho hacerlo. ¡Y qué fácil parece todo cuando es otra persona la que las toma por nosotros!, debiendo limitarnos a seguirlas y sin asumir consecuencias al respecto. Pero esto nos quita la capacidad de decidir, acertar o equivocarnos, hacer lo que queremos y nos dictan la inteligencia, la moral y el sentido común y, lo que es peor, nos vuelve un rebaño de ovejas, a merced del lobo de turno. Y esta actitud se ve reflejada con mucha claridad en la actitud que tenemos los paraguayos ante el compromiso de elegir y la posibilidad de que, a través de nuestra elección, sencillamente, puedan cambiar las cosas.

La falta de educación y su hermana la pobreza, la falta de cultura y criterio cívicos, el clientelismo político, la apatía, el temor visceral al cambio, además de un sinnúmero de otras razones, que son muchas, pero tienen las mismas características, han limitado a nuestro país y sus ciudadanos y nos han privado por demasiado tiempo de uno de los derechos más importantes: El derecho al voto como decisión personal tomada a partir de criterios válidos.

No hay demasiado mérito ni es motivo para festejar el contar con locales de votación en todo el país, tampoco hay motivo para ufanarnos por el hecho de gozar de “elecciones libres”. Son avances ciertamente, y estamos más cerca de alcanzar la voluntad popular, pero recién estaremos cívicamente a la altura de las circunstancias cuando, al momento de votar, la decisión de cada ciudadano esté basada en un proceso más o menos sistemático de elección entre un conjunto de posibilidades, tomada sobre criterios específicos e información previa suficiente y necesaria, que conlleven a una lógica de ponderar aspectos positivos y negativos y analizar las alternativas de qué opción es mejor.

Y esta decisión personal, contundente e intransferible, aliada al conocimiento necesario y suficiente para tomarla con criterio y realmente pelear por ella, no será posible en el Paraguay mientras no exista una política de educación a largo plazo, llevada a cabo por los gobiernos en forma consecutiva para alcanzar los propósitos de acuerdo a una estrategia. Rumbo que los sucesivos gobernantes no toman por cobardía, inutilidad, egoísmo y conveniencia, porque sencillamente conviene mucho más tener a las ovejas temerosas, ignorantes y obedientes sumidas en el desconocimiento, y de esa forma siguiendo al caudillo del color al que son estúpidamente leales, por coyunturas débiles e inconsistentes a largo plazo.

Necesitamos candidatos decididos, es cierto. Candidatos auténticos con ideales y planes claros, y la cabeza y el músculo necesarios para llevarlos adelante. Pero tan o más importante que éstos, somos los millones de ciudadanos, candidatos a seleccionarlos, nosotros somos los responsables de separar la paja del trigo y legitimar las elecciones, ejerciendo con dignidad, altura y racionalidad el derecho a sufragar. Y para hacerlo, al momento de depositar nuestro voto, tomemos el compromiso real de decidir elegir a los que más adelante van a tomar decisiones por nosotros.

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