Libros de Roa y la suprema voz del pueblo

La aventura que vivieron los libros perdidos de Roa Bastos, desde la Buenos Aires de finales de los 70, pasando por Barcelona, hasta llegar a Asunción, tiene sinuosidades admirables.

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Primero, el abandono; luego, el rescate milagroso de ese acervo bibliográfico de inmenso valor simbólico. Finalmente, la solidaridad de una familia argentina que supo dimensionar el hallazgo.

Mirta Roa, hija de don Augusto, sostuvo: “Los libros vuelven al Paraguay porque fueron encontrados por lectores que entendieron el valor de lo que tenían en sus manos”.

He aquí otro misterio en el circuito que culminó con el descubrimiento de las cajas de libros en la Argentina y su posterior envío a Asunción: es como si hubiera habido una predestinación para que dichas cajas “encontraran” a los Brittez, familia de personas cultas que interpretaron cabalmente lo hallado.

Esa peripecia pareciera la fantasía de un cuento oriental, un “deus ex machina”, un hecho prodigioso de esos que emergen en la literatura con el objetivo de resolver una situación insuperable. Fue como si las cajas se rebelaran contra su destino de ceniza en la fogata del basural, para revelarse con su exuberante riqueza ante quienes las preservaron del fuego.

Se podría decir que con el descanso de los libros en Asunción Roa terminó el más largo de sus relatos. El relato de las cajas con sus libros es ya real y está en palabras, desdiciendo un poco al propio autor, quien en “Yo el Supremo” exclamaba: “Escribir no significa convertir lo real en palabras sino hacer que la palabra sea real”. En esta historia de los libros encontrados lo real es palabra y la palabra es real. Un juego retórico de los que tanto le gustaban a don Augusto.

Aquí hay libros utilizados como fuentes invaluables de esa particularidad literaria superlativa que es “Yo el Supremo”, ese ejercicio dialéctico en que Roa utiliza al Supremo Dictador para hablarle a Roa mismo y plantearse el juego del poder: el yo y el otro (Yo-el); el destino individual del poderoso es un destino compartido con el pueblo. De ahí que en un pasaje del texto el Supremo afirme: “Harta diferencia hay entre un libro que hace un particular y lanza al pueblo, y un libro que hace el pueblo”.

Una solidaria familia argentina nos devolvió los libros perdidos de don Augusto. En ellos ronda el espectro del Supremo, quien diferenciaba “un libro que hace el pueblo” como alegoría del poder real.

La genialidad roabastiana en esta obra (“Al escribir la novela, escribe la verdadera historia”, dice Carlos Fuentes de Roa) es advertir que el poder del “yo” no está completo sin el otro, sin nosotros, el pueblo.

Podemos hallarle un simbolismo a la trama de la devolución: pareciera querer sacudir al pueblo para que escriba su propio libro, asuma su destino como el “nosotros” cuando, como verdadero Supremo, elija en el 2023 al “yo” que lo represente. Más aún cuando los vientos del norte alientan.

nerifarina@abc.com.py

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