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En general, está tan degradada la política en nuestro país que ya es normal que los partidos, especialmente los tradicionales, busquen a malandrines como candidatos parlamentarios con el argumento de sus votos. Sin aclarar que dichos pillos compran votos generalmente con dinero de origen significativamente sospechoso.
Normal que mucha gente vote al corrupto. Su nula educación cívica hace que esa gente crea, ante la falta de medicinas en la salud pública, que ese corrupto que le “regala” aspirinas es un líder magnánimo y no el culpable del desabastecimiento.
En un país donde la corrupción está normalizada en la función pública, para beneplácito de ciertos sectores privados que obtienen ventajas de ello, no debe extrañar que una comisión parlamentaria que investiga el lavado de dinero la integre alguien que defiende desesperadamente el lavado. Y que un jefe partidario proclame el tráfico de influencia como una virtud política.
Durante un tiempo se nos hizo normal oír a un ministro de Salud minimizar los efectos del tabaquismo porque su “único líder” es dueño de una fábrica de cigarrillos.
Aquí sonó normal que un usurero que destruyó familias enteras con su nefasto y criminal accionar fuera considerado “árbol que da frutos” por un candidato presidencial.
En el Paraguay actual es normal que un diputado transfiera 2.500.000 dólares a su jefe político sin que eso llame la atención de los organismos de control o, mucho menos, del Ministerio Público. Y también se volvió normal que el Ministerio Público se convirtiera ostensiblemente en magnánimo protector de políticos corruptos, sobre todo cuando estos responden al movimiento partidario que le marca los pasos a la Fiscal General.
Es normal que en esta patria que tiene como paladín a Solano López, asesinado por brasileños en Cerro Corá, el partido político que dice seguir el hilo histórico lopizta haya vendido las mejores tierras paraguayas a sojeros residentes en Brasil que expulsan a pequeños productores compatriotas y a indígenas, en una nueva invasión colonialista.
Pese a que la Municipalidad tiene 8.844 “funcionarios”, el centro de Asunción es una mugre. Normal. Todo se va “normalizando”: los narcos legislan, el sistema educativo produce analfabetos, el combate al hambre está a cargo de los vecinos del hambriento. Es normal constatar que “los inmorales nos han igualao”, diría Discépolo.
Nos hemos hundido tanto como sociedad, como país, que no nos queda más que pegar el salto para evitar el colapso. En las próximas elecciones tendremos la oportunidad de hacerlo.
Para vivir en normalidad plena necesitamos raciocinio. Y que la ética ciudadana nos ilumine para que la inmoralidad ya no vuelva a ser normal. Jamás…