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Nada nuevo bajo el sol. Viejas prácticas que se mantienen, concluirán algunos resignados. Mala utilización de recursos públicos, dirán los rivales internos. La idea de que el Estado pertenece solo a un partido, pensarán con razón muchos ciudadanos.
“Ese es un problema que tenemos los colorados, realmente es así, la absoluta mayoría del funcionariado son del partido colorado, el partido colorado es sentimiento, y cuando ocurre este tipo de cosas es imposible atajarles”, ensayaba a modo de argumento el vicepresidente y candidato Hugo Velázquez esa siesta en la 730AM cuando comenzábamos una entrevista.
Una vieja forma de concebir que el Estado, sostenido por todos, es solo una parcela de propiedad de quien lo administra.
Hace unos meses, en setiembre del año pasado, el expresidente Horacio Cartes también había dejado una frase, documentando esta concepción cultural: “la afiliación es la esperanza de poder estudiar y tener un trabajo digno” había dicho en un encuentro en el Chaco.
Es que el estilo de prebenda y clientela fueron suficientes para ganar elecciones durante décadas. Y eso en gobiernos nacionales y locales.
Bastaba con movilizar a una enorme masa de funcionarios, y que estos a su vez arrastraran a sus familiares y amigos para conformar el núcleo de un voto duro al que debían enfrentar quienes pretendían quedarse con la administración del gobierno.
Esperanzadoramente la población habilitada ha crecido, y afortunadamente el peso específico del funcionariado es proporcionalmente cada vez menor.
Para las elecciones del próximo año serán casi cinco millones de personas las habilitadas para votar.
¿Es eso decisivo para castigar este tipo de prácticas?
Depende. Del nivel de conciencia del electorado y de la capacidad movilizadora y credibilidad y confianza que pueda generar quien aspire a generar un cambio de modelo.
Una capacidad movilizadora que hasta ahora no se ha sentido en el segmento más joven del electorado, que es, de modo notable, el de menor participación electoral porcentualmente hablando.
O dicho de otra manera, los jóvenes pueden darle una patada a este tablero pero no existe hasta ahora una fuerza capaz de hacerlos salir de la modorra cívica y entender la enorme fuerza política que podrían tener para generar cambios estructurales y culturales.
Es desafiante la idea.
Recuerdo que hace unas semanas hablábamos con el director de Procesos Electorales de la Justicia Electoral, Carlos María Ljubetic, quien al analizar este fenómeno nos comentaba que en las actividades con este segmento del electorado, muchos jóvenes argumentaban claramente que no les interesaba participar siquiera a través del voto por la sensación de que nada cambiaría, generándose a su vez un círculo vicioso de inmovilidad cívica que paradójicamente solo beneficia a quienes se aprovechan de una ciudadanía desmovilizada.
Es, quizás este, uno de los mayores retos para los candidatos que buscan apoyos para las elecciones del próximo año.
Pero es también una interpelación al sistema educativo y a los planes de educación cívica, para la formación de futuros ciudadanos.