El viril moquete, esa costumbre perdida

La opinión pública nacional –porque no creemos que este tipo de incidentes trascienda nuestras fronteras- sigue con expectativa la acalorada discusión de dos legisladores, de partidos opuestos y posiciones encontradas. Se tratan de la peor manera, pierden el hilo de la discusión del tema en cuestión a causa de la temperatura en ascenso por los piropos que se tiran y que van subiendo de tono, absolutamente inapropiados para el recinto en el que se encuentran y la representación –pésima- que ejercen de quienes los eligieron con su voto.

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En determinado momento, cuando parecería que los ánimos ya se caldearon al máximo, llegan a ponerse de pie, enfrentándose “cara a cara” en el pasillo, y amagando como que van a irse encima del oponente, cosa que “evitan” interponiendo recursos verbales y los propios cuerpos sus respectivos correligionarios, en una malograda escena más propia de novela mejicana de la siesta. Finalmente, después de haberse ofendido mutuamente a toda la familia, desvirtuado la trayectoria política y todo cuanto provenga del otro, se retiran cada uno por su lado. Y a quienes presenciaron todo esto les queda la amarga sensación de que faltó algo, y allí nomás sale el comentario del tío mayor, Sociólogo innato y gran conocedor del sentir paraguayo “oinupá porã chupé ramo´a”, expresando no solamente su descontento ante la falta de “acción” del político de su partido involucrado en el hecho, sino también lo que sentimos todos: “Mucho ruido y pocas nueces”.

Desde siempre, y con raras pero honrosísimas excepciones, el macho ha tenido que pelear, sea para defender la cueva, las mujeres y niños, el fruto de la caza y las tierras labradas, y de esta forma la defensa de los intereses de grupos determinados ha estado histórica –y atávicamente- ligada al hombre, entendido como el varón. Y siguiendo esta línea de pensamiento, dejando por el momento de lado las piedras, lanzas, cuchillos, fusiles y/o cualesquiera menesteres de los que se pueda hacer uso para dañar al contrario de turno, concentrémonos en el puño del mismo. Sobre este miembro, que no vendría a ser otra cosa que la mano fuertemente cerrada, un equipo de investigadores de la Universidad de Utah ha descubierto que no solamente el macho de la especie humana está configurado para la pelea, sino que su puño es un perfecto engranaje para golpear.

Entonces, ¿por qué los machos humanos tienen los puños preparados para pelear? Entre otras cosas, porque los músculos asociados a los movimientos necesarios para golpear y la estructura de la mano están más desarrollados entre los hombres que entre las mujeres. También los hombres, quizás por rudimentarios, adquirieron el hábito de dirimir ciertas diferencias a golpes de puño, método quizás no muy científico, pero ciertamente dotado de cierta elegancia natural, en el contexto de una rencilla que se “soluciona” respetando ciertas reglas inherentes al modo en que se lleva a cabo.

El paraguayo no pelea con los puños, sino que se moquetea. Ya desde niños, hasta hace una generación, muchas discusiones surgidas de los más diversos modos, por ejemplo, si un gol en la canchita de barrio había sido o no válido, se dirimían de esta forma. Los contendientes, con o sin remera (por algún motivo había quienes optaban por sacarse la prenda superior), se trenzaban en un interesante ir y volver de puños. Por extensión, moquetear es dar y recibir golpes de puño cerrado, y, no exclusivamente en la cara ni preferentemente en las narices. En pocas palabras, el “soco” paraguayo, también conocido como “soquí”, es lo mismo que el “moquete”. Y era tan común y hasta bien visto, que para desafiar al contrario se le invitaba a “jugar moquete”.

No faltaron excelsos exponentes de la versión oficial de este deporte –el boxeo- en el Paraguay. Kid Pascualito, máximo representante de nuestro país, llegó a ganar en las categorías gallo y pluma el título sudamericano, por lo que fue conocido como el Rey de Sudamérica, luciendo con orgullo ambas coronas. También Juan Carlos Giménez “El Toro de Varadero” nos hizo sentir mucho orgullo al ganar varias veces títulos sudamericanos en las categorías Ligero y Supermediano, y el concepcionero “Indio de Oro Azuaga” en la categoría Supergallo, nos hinchó el pecho de paraguayidad cuando alzó el título Sudamericano en esa categoría. Desde hace algunos años, el boxeo profesional paraguayo está en declive, sin representantes que trasciendan nuestras fronteras con éxito, y lo mismo ocurre a lo interno del país con el moquete, que ha perdido gran parte del encanto y fanatismo con que era practicado.

El soquí era de uso común entre los varones, desde el despuntar de la pubertad. Con reglas claras, no había mayores problemas para adherir a su práctica: Dos muchachos debían estar de acuerdo en que no estaban de acuerdo, generalmente tenían la misma talla (porque no era el caso de meterse con alguien mucho más grande o más chico), se despojaban de relojes (que casi nadie tenía luego) y otros objetos como cadenillas, y sin mucho preámbulo era meterse a golpear con mayor o menor eficiencia, dependiendo de las dotes naturales y práctica anterior. Generalmente los amigos y curiosos, formaban un corralito alrededor, para darle cierta privacidad al espectáculo, y cuando uno caía, se le respetaba, nadie intervenía ni el caído era agredido en el piso como ocurre hoy día. Si te levantabas en seguida, la contienda continuaba, si te quedabas en el piso, se entendía que habías tirado la toalla, y perdías con dignidad, porque el propio ganador te ayudaba a levantar y de pronto hasta te ayudaba a lavarte la cara.

Cuántas disputas por la preferencia u honorabilidad de una dama también tuvieron como desenlace memorables moquetes, en los que muchas veces, por alguna extraña razón, el perdidoso terminaba siendo ganador de los favores de aquélla, así nomás funciona la lógica femenina. Y si bien no siempre ganaba el que tenía la razón de su parte, el hecho de aceptar el desafío confería a cada uno de los contendientes el atributo de la valentía de haber defendido su posición con altura, siendo humildes en la victoria y dignos en la derrota.

Hoy día, practicar un buen moquete no es bien visto, y ya no se respetan las reglas de antaño, un buen derechazo al ojo derecho fue suplido por un meme traicionero y vulgar y el gancho seguro a la pera –que indefectiblemente tumbaba al adversario- se ve desplazado por improperios que nada aportan. Una práctica en la que por cierto éramos muy buenos va quedando paulatinamente en desuso, pero quién sabe, de pronto nos sorprendemos y vemos reverdecer la vieja, sana y deportiva costumbre del “vamos a jugar un moquete”.

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