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¿Qué dijo el exembajador en Catar? Pues que “sería un lujo tenerlo a Santi Peña como presidente y a Horacio Cartes bajándole líneas de la doctrina, los principios y la historia del Partido Colorado”. Uno que conoce el ambiente político vernáculo y a la bullanguera fauna que lo puebla, estaría tentado a exclamar: ¡Haihuepéte!
¿Qué es lo cínico en tal desproporcionada apología al señor Cartes? Primero, que es un poco difícil imaginarlo vistiendo las togas morales de doctrinarios y principistas republicanos como José Segundo Decoud, Blas Garay, Ignacio A. Pane, Fulgencio R. Moreno, Juan León Mallorquín o el pétreo Natalicio González. Y, segundo, que eso de la “historia” partidaria sonó a una humorada que hubiese hecho lanzar una atronadora carcajada a mi inolvidable e iconoclasta camarada Leandro Prieto Yegros. Ungirlo como “historiador” republicano a alguien que se afilió a los 55 años de edad, justito con el fin de que se lo candidatara para presidente de la República, es un poquitín desorbitado. Un buen chupamedias debe exhibir estilo, clase y conocer los límites precisos de lo estrafalario.
¿Y qué fue lo sincero en la expresión del señor Barchini? Y… eso de que el señor Cartes le va a bajar líneas al señor Peña cuando este sea presidente de la República. Existe la leve sospecha de que don Horacio piensa mandar él, y nadie más que él, a través de don Santi. Es decir, podríamos llegar a tener un presidente que no sea presidente autónomo, sino vasallo de un poder que hará colgar sobre su cabeza la espada de Dionisio (la espada de Damocles no era de Damocles; quizá ni siquiera de Dionisio: vaya a saber de quién era).
Y sabemos que don Horacio Cartes es un hombre de “negocios” y no un hombre de Estado. Tómese nota del riesgo que esto representa.
¿Y qué hay enfrente, en la otra vereda republicana? Ahí hallamos al señor Hugo Velázquez, quien al principio aparecía como delfín del presidente Mario Abdo Benítez, pero que ahora trata de salir de la órbita de un mandatario que no está en condiciones de sumarle fuerza. Velázquez es un hombre que se enriqueció en la función pública, con todo lo que eso conlleva en cuanto a la “duda” de que su fortuna se deba al trabajo honesto y a las buenas prácticas financieras.
Con sinceridad barchiniana, el coloradismo no presenta perspectiva cierta más allá de la cínica intención de proteger “negocios” y acrecentar fortunas personales. La patria puede esperar y perder cinco años más.
¿La oposición? Hasta ahora, una dimensión absolutamente desconocida.