Qué es la adolescencia

A pesar del paso de diferentes épocas, la adolescencia siempre se muestra como un ciclo evolutivo poblado de controversias, rebeldías, confrontaciones, provocaciones idealización y desidealizaciones. Este período de gran revolución hormonal y de crecimiento abrupto del cuerpo de un niño, genera también diversos conflictos relacionales con el entorno, principalmente con las personas mas cercanas: los progenitores.

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Ser padres de adolescentes

Siempre se describe la adolescencia como un período problemático, de cambios abruptos en la estructura corporal, hormonal, cognitiva y emocional, pero también en las interacciones y los vínculos. Y no es para menos, con tales cambios a todo nivel es imposible que no se establezca una crisis en la vida del adolescente, pero no solo en él o ella sino en los sistemas con que interactúe.

Los cambios de turgencia hormonal, entre otros, generan cambios comportamentales y hacen que se transformen en oposicionistas, bruscos, torpes, defensores de pobres, altruistas, calentones, hipercariñosos, contestatarios, desordenados, buscadores de afecto y reconocimiento, justicieros, inculpadores, descalificadores, entre otras características que conforman parte del intrincado proceso del crecimiento hacia el mundo adulto.

Pero todos estos comportamientos son plausibles de limitación, no quiere decir, que se abuse o se tolere cualquiera de estas conductas, no implica que ante los olores corporales un chico no se duche, o permitirle siempre sus arranques de bronca, porque los padres perderán autoridad y las jerarquías son sumamente valiosas en las funciones familiares. Los progenitores deben respetar a los adolescentes si desean también tener el respeto de ellos, esa es la mejor manera de enseñar mediante las propias actitudes. La enseñanza se brinda por partida doble: por lo que se manifiesta explícitamente y por los mensajes tácitos que se envían mediante los comportamientos parentales. La congruencia de los mensajes implica no entrar en confusiones comunicacionales.

Cuando parecía que todo marchara con cierto orden en la niñez y la cada vez más incipiente pubertad. Cuando ya los padres y madres pensaban que tenían dominado el tema de la crianza, un torbellino hormonal de estrógenos y progesterona en las niñas y de testosterona y vasopresina en los varones, irrumpe en el torrente sanguíneo, creando una explosión a multiplicidad de niveles.

El cuerpo se modifica indefectiblemente creando torpezas en el trato, narcisismo en las emociones, desarrollando conflictos, inventando nuevas ideas salvadoras del caos mundial, incrementando inteligencia y capacidades que llevan a que se nos simetricen en la relación y produzcan las primeras escaladas problemáticas. Todo un aprendizaje para el rol de padres, puesto que todo lo que habían creído aprender se desbarata en esta etapa: malas contestaciones, reclamos que se golpee antes de entrar en la habitación, elegir su propia ropa, protestas de que “Ya no es un niño”, o explicaciones acerca de la pobreza en el mundo hasta alguna sofisticación tecnológica.

Los textos de Psicología evolutiva clásicos describen casi de manera trágica a la adolescencia, remarcando la conflictividad, los cambios que originan problemas y una mar de modificaciones de conductas, emociones, biología, pensamientos, etc. Sin embargo, una versión más benigna de la adolescencia, sería una contracara que la muestre como un período maravilloso, una estocada al crecimiento y una plataforma de despegue de aquí para toda la vida. Los primeros amigos, profundamente amigos, los primeros amores y rechazos, las primeras victorias deportivas, deducciones geniales y sin ayuda, primeras salidas y sentido de la independencia, las necesidades de aprobación y valorización del entorno, los primeros sueños de fama y las rabietas y broncas intempestivas.

Pero también es un período maravilloso para los padres. Una etapa que los somete a un gran aprendizaje, no solo de cómo funcionan los hijos sino de cómo reaccionan frente a ellos. Es como tener todos los días un curso de Psicología evolutiva práctica a domicilio (Ceberio, 2015). Tal vez uno de los principales puntos de aprendizaje sea la diferencia generacional. Y no es una obviedad. Siempre entre padres e hijos existió un espacio generacional importante, pero en la actualidad debido a la velocidad en que se vive y fundamentalmente a raíz del mancomunal desarrollo de la tecnología, la brecha generacional se ha transformado en un abismo pronunciado.

La paciencia

Es común escuchar que Hay que tener paciencia en la crianza con los hijos. Pues bien ¿y que significa esta frase?, ¿porqué deberíamos tener paciencia?, ¿siempre debemos tener paciencia?, ¿si no tenemos paciencia somos malos padres o madres? Todas estas preguntas se hacen los progenitores, buscando patrones saludables en el estilo de crianza con los hijos. La palabra paciencia define la capacidad que posee una persona para tolerar o soportar una situación difícil, sin perder la calma. De esta manera, puede decirse que un individuo con paciencia es aquel que no suele alterarse ni ponerse nervioso frente a las inclemencias. Esta definición no deja de resultar utópica y antinatural: todos los seres humanos frente a situaciones que implican una gran dificultad, se llenan de ansiedad, se angustian y tensionan, sienten miedo, se enojan, etc.

Desde una versión biologista diríamos que el eje hipotalámico-hipofisario comienza haciendo presión sobre la suprarrenal, y la adrenalina y el cortisol son las hormonas que empiezan a circular como una gasolina vi power por todo el cuerpo, y nos altera en pos de soportar los embates de la situación a superar. Este es un proceso absolutamente natural. El problema, entonces, no es perder la paciencia después de lidiar y lidiar por sobre una situación, el problema es explotar ante el primer obstáculo.

Pero muchas de estas activaciones de este eje, deben ser contenidas por nuestra racionalidad (nuestro lóbulo frontal), puesto que no son pocas las veces que los interlocutores son nuestros hijos y precisamente debemos controlarnos para ofrecerles respuestas funcionales y saludables. Y no siempre es sencillo…

Tengamos en cuenta que los niños y los adolescentes no tienen desarrollado su lóbulo orbitario o prefrontal, polo del control de las emociones y los impulsos, centro de la moral, de lo que está bien y lo que está mal, cuya maduración se termina entre los 21 y 25 años. Por lo tanto, la importancia de colocar límites es primordial, puesto que, por ejemplo, los adolescentes, turgentes en testosterona, estrógenos y progesterona, vasopresina, son todo impulso neurohormonal, que no alcanzan controlar por la ineficiencia del desarrollo de la corteza prefrontal. Los padres son los coprotagonistas que salen al ruedo a intentar corregir los errores, cuando no complican aún más los problemas originales.

Se trata de llegar a ser padres y madres democráticos y funcionales, que puede ser un parámetro de una parentalidad saludable. También es cierto que la paciencia se ejercita. Para ello hay algunas recomendaciones que, a partir de una claridad relacional, posibilitan el manejo de la tolerancia, la reducción de la ira, y muchas surgen de la reflexión filosófica que pueden hacer los progenitores en el ejercicio de su rol. No se trata de ejercicios para ser pacientes, la tolerancia surge como resultado de una buena y estratégica comunicación.

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