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Un análisis en el que coinciden politólogos que ven la invasión a Ucrania no como una victoria del gobernante ruso, sino como un atolladero en el que se ha metido y que ha dejado al descubierto una fuerza militar anticuada y mal equipada. Lo opuesto a la imagen de potencia invencible que el Kremlin quisiera proyectar, sobre todo ante los países vecinos a los que intenta intimidar con amenazas de injerencia y potenciales ataques nucleares.
Desde muy jóvenes, María Aliójina y las otras integrantes de Pussy Riot han combatido el creciente absolutismo de Putin. Forman parte del bloque opositor que se resiste a que el gobernante se perpetúe en el poder, rodeado de oligarcas que se enriquecen y a su vez lo enriquecen a él en una centrífuga de corrupción.
Con su estilo irreverente, ya en 2012 las Pussy Riot pusieron a temblar al Kremlin cuando difundieron un videoclip grabado en la catedral del Cristo Salvador de Moscú, elevando una ‘oración punk’ por Rusia en la que cantaban “Virgen María, echa a Putin”. Aliójina y otra de sus compañeras fueron condenadas a dos años de prisión por “vandalismo”, con la complicidad de Kirill, patriarca de la iglesia ortodoxa, con el gobierno.
A partir de entonces las Pussy Riot han sufrido arrestos periódicos cada vez que han osado salir a las calles para protestar contra la deriva dictatorial de un mandatario que comenzó como un oscuro funcionario de la KGB y acabó en el poder para sustituir a Boris Yeltsin a cambio de no perseguirlo a él ni a su familia por la estela de corrupción que dejaban tras de sí. Fue el inicio de una relación quid pro quo con los oligarcas del país: dejar hacer y deshacer a cambio de un beneficio mutuo.
Contra estos desmanes, los atropellos a los derechos humanos y la persecución a figuras prominentes de la oposición como Alexander Navalny, quien permanece encarcelado tras un juicio que fue una farsa, las Pussy Riot han luchado sin descanso y han dedicado buena parte de su juventud a jugarse la vida contra un gobierno capaz de asesinar a sus detractores por medio de sicarios que los cazan en los más remotos confines.
Es el peligro que corren ahora Aliójina y su pareja, Lucy Shtein, quien también consiguió huir del cerco en Moscú vestida de repartidora a domicilio y con la ayuda de una red de amigos que las llevaron hasta la frontera con Bielorrusia. Por ahora están a salvo en Lituania tras un azaroso periplo cruzando puestos fronterizos, pero son conscientes de que no pueden bajar la guardia contra un siniestro aparato de inteligencia que ha llegado a envenenar con agentes químicos a los desafectos que se escabullen de sus garras.
A pesar de los evidentes riesgos a los que ahora está expuesta Aliójina, en una entrevista que le concedió al New York Times desde su nuevo refugio en Vilna, capital de Lituania, no ha dudado en afirmar: “Putin no me da miedo. No es nadie” con la entereza que le confiere haber tenido la valentía de planificar una huida digna de una película.
Además, la líder de Pussy Riot considera que la ofensiva contra Ucrania acabará por ser un boomerang para Putin, al estar dispuesto a sacrificar el bienestar de la sociedad rusa con una descabellada aventura bélica. A su juicio, la Rusia actual “no tiene derecho a existir”.
Lejos de esconderse en una madriguera, las componentes de Pussy Riot y el grupo de activistas que las acompañan en la causa contra el totalitarismo pronto se embarcarán en una gira internacional y parte de los fondos recaudados serán destinados a Ucrania. Arrancarán en Berlín, donde pervive la memoria del colapso del bloque soviético y la caída del Muro. Luchan por salvar la libertad. Una vez más, entonarán una ‘oración punk’ por Rusia. [©FIRMAS PRESS]
@ginamontaner