El respeto y el equilibrio social

El joven tocaba la bocina con insistencia, irritado porque el vehículo situado enfrente no avanzaba para cruzar el semáforo en verde. Volvió a insistir, profiriendo palabras más que expresivas hacia las cualidades del chofer distraído, que seguía sin moverse; en esos momentos, ve a una persona acercarse a la ventanilla del auto en cuestión para hablar con el anciano que estaba al volante. Por alguna razón el motor se había detenido y no conseguía hacer girar la llave, con pocos movimientos le prestó la ayuda oportuna y necesaria, el anciano agradeció y pudo seguir su camino. Al percatarse de lo ocurrido, el joven de atrás no pudo evitar sentir un poco de vergüenza, y ojalá lo acontecido le haya llevado a meditar más tarde en su comportamiento.

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Vivimos en una sociedad llena de reglas de conducta y leyes que permiten que millones de personas convivan, transiten, se crucen, interactúen y coexistan, personas muy diferentes entre sí, con ideas y principios distintos, formas y modos de vida que llegan hasta excentricidades increíbles, formas de pensar muchas veces hasta irreconciliables, y ese delicado tejido social es sostenido ciertamente por las leyes y reglamentos, pero el respecto y las reglas de convivencia son preponderantes para sostener ese sensible equilibrio.

Se deben respetar los derechos de los niños y aquéllos deben respetar a los mayores, alumnos y profesores deben guardar entre sí distancia prudente y recomendable, jefes y subalternos igualmente, también las reglas de tránsito son fundamentales para la armonía del entorno social. Al respecto, un profesor universitario recomendaba a sus alumnos “practiquen respetar las pequeñas reglas sociales y los –aparentemente insignificantes- reglamentos municipales de tránsito. De esa forma se construye el hábito de cumplir con todo lo demás”.

El respeto permite que la sociedad viva en paz y sana convivencia. Implica reconocer en sí mismo y en los demás los derechos y las obligaciones, lo que suele sintetizarse en la frase: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Por el contrario, la falta de respeto genera violencia y enfrentamiento. También podríamos invertir la frase, para obtener un resultado mucho más optimista y alentador: “Has a los otros lo que querrías que te hagan a ti”.

Paraguay es un país en el que –gracias a Dios- las diferencias sociales no están marcadas de una forma deshumanizada, o por lo menos las personas con su actitud las suavizan bastante. Desde luego, existe gente con muchísimo dinero y también lastimosamente un segmento importante de la población está en situación de pobreza o por debajo del límite de la misma. Pero, dada nuestra particular idiosincrasia y mediterráneo desorden, los barrios no se separan por clases sociales –por lo menos de forma brutal-, el rico y el pobre se pasan la mano, compartimos la fe y espacios públicos, y sobre todo, somos solidarios.

Las diferencias sociales existen y van a seguir existiendo, de la misma forma que existen culturas distintas y corrientes de pensamiento tan diversas como opuestas entre sí, pero eso no impide que, mediante la adopción de medidas comunes de adhesión general y voluntaria, los seres humanos podamos convivir de forma bastante civilizada. En este sentido, el equilibrio social es un concepto nacido en la economía y en la sociología. Se trata de un sistema en el que los componentes mantienen una posición equilibrada, sin que existan grandes desigualdades que puedan ser fuente de conflictos.

Un ejemplo positivo que podemos ver todo el tiempo en nuestra sociedad son los espectáculos futbolísticos (de los que tan hambrientos estábamos durante la pandemia). No hay nada más democrático que un partido de fútbol: Asisten personas de sexos distintos, de realidades socio-económicas diferentes, todos hacen juntos la cola (y compran de la –aparentemente imposible de erradicar- reventa), y aún no mencionamos la diferencia más marcada –durante esos 90 minutos y también después- como son las remeras y afinidades por clubes diferentes. Y estas miles de personas disfrutan del espectáculo, conviviendo gracias a ciertas reglas de respeto que salvo raras excepciones se cumplen, tan sencillo como eso.

El equilibrio social tiene como objetivo alcanzar la justicia social por lo cual es un instrumento de acción de gobierno que tiene como imperativo ético y político, responder a las necesidades sociales alcanzando la equidad como nuevo orden de justicia social y base material de la sociedad. La actitud personal que asegura el respeto a la directriz recibida es tener la disposición apropiada para cumplirla, al igual que actuar bajo el comportamiento correcto ante la falta de normas u órdenes.

La palabra respeto hace alusión a uno de los valores morales más difundidos entre las sociedades y es aquel que se refiere a reconocer, venerar o apreciar a un objeto, persona o a un ser vivo. Tomemos como ejemplos: Respeto a las leyes, respeto a los animales, respeto por los mayores.

El respeto que damos a los demás, también nos vuelve. Y aunque no nos vuelva de forma directa, tiene efectos infinitos en relación al concepto que la gente tenga de nosotros. Decía un conocido “mi padre debió ser una persona muy correcta, porque donde quiera que voy, su apellido me abre puertas”. ¡Qué compromiso tan grande el de honrar el respeto y las buenas costumbres que nos enseñaron nuestros padres!

Es también un valor esencial para las sociedades humanas y está presente en todas las áreas de nuestras vidas. Nos impulsa a relacionarnos con los demás con amabilidad y consideración, a tratarnos bien a nosotros mismos y a valorar, querer y cuidar el entorno que nos rodea. Practiquemos el respeto siempre y en todo momento, tratando de no olvidar que la verdadera grandeza de las personas se mide por el impacto que dejaron en los demás.

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