Educar la dimensión espiritual

La antropología integral nos confirma que todo ser humano, toda persona, tiene cuatro dimensiones esenciales, que la constituyen como tal persona. Son tan esenciales que si falta una de esas cuatro dimensiones, ya no hay persona, no hay ser humano. Esas cuatro dimensiones son: la dimensión biológica corporal, la más evidente; la dimensión psicológica, es la que produce en el sujeto actividades que se generan en el cuerpo, pero no son el cuerpo, como pensar, recordar, decidir, amar, etc; la dimensión social, porque el ser humano es esencialmente un ser social, viene de la microsociedad de los padres, los necesita para existir, vive en familia y se relaciona con vecinos, conciudadanos, etc.; y finalmente la dimensión espiritual, que lo diferencia de los demás mamíferos y le da capacidad de trascender el tiempo, el espacio, la cultura de su comunidad, incluso a sí mismo.

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Hay consenso universal en que la educación de los niños, adolescentes, jóvenes, toda educación debe ser “integral¨, es decir, que tiene como objetivo ayudar a los educandos a desarrollar toda la persona en sus cuatro dimensiones.

Nuestra Constitución Nacional lo dice claramente en el artículo 73 y la Ley General de Educación en el 1º, consecuentemente, tanto por derecho natural, como por mandato constitucional y legal, la educación y desarrollo de la dimensión espiritual es obligatoria en la educación familiar y en la educación formal escolarizada.

Sin embargo, en la realidad la mayoría de los educandos no reciben la educación y desarrollo de su dimensión espiritual. En las familias, porque hay escasos conocimientos por parte de los padres sobre qué es la dimensión espiritual y cómo educarla, y en las instituciones educativas públicas y algunas privadas, porque el ministerio no incluye nada específico sobre esta dimensión ni en los diseños curriculares ni en sus planes y programas. El ministerio está en desacato de la Constitución y la ley.

Espiritualidad es la capacidad que tengo como ser humano de encontrar el sentido más profundo y último y darle trascendencia a mi existencia, mis vivencias, mis acciones, mis entornos y a todo cuanto existe; y el poder que tiene dicha capacidad de dar calidad, mayor plenitud y proyección a mi vida.

Si no conozco el sentido último, su por qué y para qué definitivos, vivo funcionalmente, pero hay algo sustancial, que no me lo apropio.

Sin espiritualidad vivo mi vida en su superficie, no en su íntegra realidad, vivo sin gozar su total belleza, sin hacerla parte de mi ser, porque no la conozco en sus dimensiones profundas, que la hacen verdadera y satisfactoriamente comprensible.

Sin espiritualidad, la vida en gran parte se me vive, ignorándola, sin conocer cuál es su sentido último y las proyecciones de su trascendencia.

Es muy frecuente escuchar que la espiritualidad es algo propio y exclusivo de las religiones, que los no creyentes nada tienen que ver con ella. Es completamente falso. Hay espiritualidad natural y además espiritualidad religiosa. En Europa es conocido el movimiento de “ateos espirituales” y destacan como especialistas André Comte-Sponville, María Corbí y Owen Flannagan.

Tanto creyentes como no creyentes pueden encontrar en el famoso psiquiatra suizo, Viktor Frank inspiración y recursos pedagógicos para activar eficientemente el desarrollo de su dimensión espiritual. Sus dos libros best-seller, “El sentido de la vida” y “El sentido último de la vida” son un sabio aporte para cualquier lector, y especialmente útil para quienes tienen la responsabilidad de educar esta dimensión esencial de todo ser humano.

En nuestro país, con el 96% de la población que se ha declarado cristiana en el último censo, la educación y desarrollo de la dimensión espiritual encuentra en la espiritualidad cristiana abundantes recursos para capacitar en conocimientos y competencias sobre la espiritualidad. Desde los evangelios y todo el Nuevo Testamento, que recogen la sabiduría del Maestro de los maestros Jesucristo, hasta la historia de la espiritualidad con sus diversas variantes y las cumbres de los místicos como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila y San Ignacio de Loyola, entre otros, podemos encontrar maestros geniales para enseñarnos cómo desarrollar nuestra capacidad espiritual y encontrar el más profundo y el último sentido de nuestra vida personal y su potencial de trascendencia.

jmonterotirado@gmail.com

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