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A comienzos del siglo pasado, la pujante compañía de Santa Clara, distante a poco menos de 170 kilómetros de Asunción, fue elevada a la categoría de Distrito, y tras breve debate sobre el nombre que debían ponerle, el entonces Ministro del Interior se dirigió a las autoridades y estudiantes reunidos frente a la estación del tren, y mencionando la patriótica deuda con los héroes de la Patria propuso el nombre de Vicente Ignacio Iturbe, propuesta aceptada por aclamación al grito de ¡Viva, viva, viva!
Hasta hace algunos años, los últimos 28 kilómetros de recorrido eran por caminos de tierra, con sectores que cruzaban esterales que convertían el viaje en una aventura especial, sobre todo después de las lluvias. Hoy por hoy, se llega a Iturbe por un camino de asfalto impecable, quizás con más curvas de lo recomendado, pero el viaje es un placer por los paisajes guaireños, las enormes plantaciones de caña dulce, también observamos la incursión ¡increíble! de soja en la zona, mucha aridez e imágenes visuales que pareciera pertenecen a otra época, ya pasada.
En el coqueto hotel Santa Clara, ubicado casi en frente a la antigua estación del ferrocarril, nos espera Daniela en la recepción, y nos da la bienvenida a esta localidad en la que, en nuestra corta estancia, todos se esmeran por hacernos sentir muy bien. Más tarde, munidos de un tereré bien fresco porque tampoco el Guairá está ajeno a la sequía y ola de calor que azotan al país, hacemos un recorrido por el pueblo y sus barrios, quedando gratamente sorprendidos por la amabilidad de la gente, las calles, veredas y plazas impecables y la digna humildad de una comunidad que conoció tiempos mejores.
Hace 25 años, toda la economía iturbeña giraba en torno a la Azucarera del mismo nombre, cuya estructura oxidada se perfila en el horizonte de la tarde. En su momento de mayor auge, empleaba en forma directa a más de 500 personas, y estaban censados aproximadamente 4.500 cañicultores quienes, sumados al personal pelador, enfardadores, izadores y camioneros constituían el eje de la pujante economía, que por efecto directo e indirecto beneficiaba a toda la región, arrojando Iturbe en los censos de aquella época cifras que mencionaban una población cercana a los 12 mil habitantes.
Lastimosamente, malos manejos administrativos llevaron a la quiebra a la Azucarera, que a pesar de varios subsidios amañados y con fuertes indicios de manejos fraudulentos amparados siempre en la importancia social de la operación de esta industria, dejando de operar definitivamente en el 2.014. A partir de ese año, los sucesivos gobiernos han demostrado mayor o menor interés en reactivarla, pero el pasivo irremediablemente grande no pareciera facilitar el interés de ningún inversionista particular en hacerse de este elefante blanco.
Ya pasaron casi diez años, y las consecuencias fueron devastadoras para Iturbe: Todos los empleos directos e indirectos se perdieron, demandando los trabajadores los haberes devengados, como así también más de 6.000 personas que reclaman pagos por provisión de materia prima y servicios, con muy pocas chances de recuperar estos créditos. Mucha gente migró a otras zonas, algunos cambiaron de rubro o se dedican al comercio, mientras que unos pocos continúan con la producción de caña de azúcar que venden en Tebicuary a la gigantesca azucarera instalada allí, pero todos sin excepción mencionan que “ya no es negocio”, y es que las condiciones impuestas son demasiado desfavorables para el productor: Una vez más, la mano social del Gobierno no aparece donde debe aparecer.
Pero Iturbe no sucumbe a estos avatares del destino, la población avanza y busca nuevos horizontes, en producciones alternativas, reforestación y otros tipos de cultivo, y las familias se muestran esperanzadas, como es el caso de los Ramírez, nuestros anfitriones, cuyo padre fue por muchos años Director del Centro de Salud y toda una institución del pueblo, y los hijos, diseminados hoy por sus actividades, vuelven al terruño a festejar la vida y la amistad, con la madre y sus amigos de infancia.
Y así, la noche guaireña nos atrapa con sus aromas y un asado al estilo local sazonado en la medida justa, servido como corresponde por Don Valeriano que disfruta viéndonos comer sus excelentes porciones, mientras un grupo local (recordemos que Guairá fue y es cuna de músicos) entona hermosas canciones del acervo musical nacional y también internacional, para deleite de los invitados.
Aún divertidos por el guaraní cantarino de los gua´i, nos despedimos de nuestros queridos amigos iturbeños, su amabilidad y sus esperanzas, y apenas iniciado el camino de vuelta, gracias a una mala señalización de la ruta, podemos conocer también el famoso puente Po´i sobre el Tebicuarymí, experiencia ésta que nos ayuda a ratificar una vez más y con cariñoso respeto, que todo lo que se pueda decir de los guaireños y su particular excentricidad de las cosas al revés, es totalmente cierto.