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Hay una extraña apariencia de normalidad cuando se observan las críticas parlamentarias a Trudeau y cuando se ve a miles de camioneros estacionados en la capital de Canadá, protestando contra la segregación por vacunas, la imposición de vacunación obligatoria para el tránsito interprovincial.
Hasta ahí, Canadá sigue pareciendo una democracia.
Sudáfrica era también una democracia. En 1896 el Parlamento votó una ley de “pases laborales”, que obligaba a la población de color a portar permisos de tránsito. En 1905 votó una ley “general de regulación de pases” que eliminaba el derecho al voto de la población de color.
El país había caído en la narrativa de la discriminación, cuya lógica condujo al gobierno tomar medidas cada vez más radicales.
En Canadá, Trudeau impuso el pase sanitario (vacunación obligatoria) para el comercio interprovincial, segregando a camioneros sin vacunación que viven de transportar bienes por su extenso territorio, amenazando su trabajo.
El primer ministro, como muchos gobiernos, quiere impulsar con la fuerza coercitiva del Estado la venta de vacunas que tienen solo cincuenta por ciento de eficacia para prevenir contagios, como consta en estudios médicos y como lo confirmaron a “La Primera Mañana” por la 7.30 AM radio ABC Cardinal, Antonieta Gamarra (DINAVISA) y Tomás Mateo Balmelli, infectólogo.
Suponiéndose en democracia, los canadienses afectados por medidas que creen injustas pensaron que tenían derecho a manifestar su disconformidad.
Y ahora esos trabajadores están siendo víctimas de cómo Trudeau usa la narrativa de la discriminación para destruir la democracia.
Es lo que ocurrió en Sudáfrica. Cuando los sudafricanos afectados por medidas gubernamentales que creían injustas pensaron que podían manifestar su disconformidad, fueron brutalmente reprimidos: El 21 de marzo de 1960 se produjo la primera matanza de opositores a la discriminación, cuando la policía asesinó a 69 manifestantes. Hasta el 16 de junio de 1976, cuando la policía asesinó a más de 200 estudiantes secundarios en Soweto.
En Canadá, Trudeau ya descalifica a sus críticos con el mismo lenguaje que usaba Alfredo Stroessner, o que usan Daniel Ortega o Nicolás Maduro: “Minoría marginal”, “unas pocas personas gritando y agitando cruces gamadas”, acusando falsamente de nazis a los trabajadores.
El viernes amenazó con “severas consecuencias penales y financieras”, “…esa gente debe volver a sus casas o enfrentar una… robusta acción policial”.
En Canadá se juega también nuestro futuro, pero tenemos la ventaja de verlo con anticipación para no copiar y rechazar la narrativa de la discriminación.