La banalización del autoritarismo

No deberíamos banalizar el concepto de dictadura. Somos hijos de un régimen político-militar que actualmente conocemos como “stronismo” y no caben dudas de que nuestra sociedad aún arrastra secuelas de esa época.

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El hecho tal vez más simbólico es que el hijo del secretario privado de Alfredo Stroessner hoy ocupe el Palacio de López. Pero, existen otros temas como la desigualdad en la tenencia de tierras o el hecho de que varios beneficiarios del stronato sigan impunes, sin pagar culpas por haber mantenido una comprobada complicidad con el tirano.

La última dictadura cívico-militar estuvo fuertemente marcada por las proscripciones políticas, la repartija de cargos públicos y un sistema que favoreció laboralmente a los adeptos a Alfredo Stroessner, mientras que excluyó a profesionales que tal vez contaban con licencias intelectuales para ocupar espacios estratégicos, tanto en el sector público como en el privado.

Entre 1954 y 1985, el uso desmedido de la fuerza, el descarte social y los hostigamientos tuvieron finalidades claras para que una casta de militares y políticos, en su mayoría colorados, eviten el avance de cualquier otra propuesta económica y política alternativa.

Hoy día, no solo en Paraguay, existe un relato que busca equiparar medidas de coerción social, que tienen como finalidad preservar la integridad de las mayorías. En pocas palabras, ese relato pseudo liberal se sustenta en que no se puede condicionar el acceso a ciertas actividades sociales a las personas que por algún motivo decidieron no vacunarse contra el covid-19.

Resulta muy válido interpretar que una finalidad, por más noble que sea, no puede sobrepasar la autonomía de un individuo. Tampoco parece irracional, sino todo lo contrario, cuestionar decisiones por su falta de criterio. Pero es bastante desleal hablar de segregación cuando políticos, técnicos y figuras públicas plantean estrategias para aumentar el nivel de inmunización contra un virus que ya se llevó miles de vidas.

Es imposible ejercer la libertad si es que no nos mantenemos vivos, hasta es ridículo tener que aclararlo. Asimismo, comparar las decisiones que se toman en países medianamente democráticos en una crisis sanitaria, con regímenes supremacistas, por lo menos es agarrado de los pelos. La vida precede a la libertad y por el momento instar a la vacunación es la herramienta más eficiente para que dejemos de lamentar más muertes.

diego.diaz@abc.com.py

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