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Nuestro sistema y los procesos educativos siguen fosilizados en los criterios y modelos pedagógicos de mediados del siglo pasado. Y mientras las autoridades educativas y el Ministerio de Educación y Ciencias siguen dormidos o entretenidos no sé en qué, los niños, adolescentes y jóvenes están sumergiéndose progresiva y aceleradamente en la antropología y la sociedad virtuales.
En tiempos pasados se decía que los niños llegaban a la escuela como “tabla rasa”, es decir, con cerebros en blanco en los que se podía grabar fácilmente lo que se quisiera. Hace poco se calculaba que los niños entraban en la escuela con unas mil horas de televisión en su cerebro. Pero desde la aparición y difusión de los teléfonos celulares es imposible calcular la cantidad y pluralismo de estímulos que han bombardeado su tierno cerebro antes de entrar en la escuela y sucesivamente siendo ya alumnos.
Las nuevas generaciones gozan el placer indescriptible de la extensión de su capacidad de ver y de oír, porque sus ojos y oídos, por la mediación de las tecnologías, pueden observar y escuchar lo que se produce a miles de kilómetros, Pueden hablar con personas de su edad o de otras edades de diversas culturas, al mismo tiempo con Alaska o Japón, Multiplican su presencia y contactos simultáneamente en escenarios ubicados a distancia en todos los rincones del planeta, accediendo a ellos en segundos, sin dilación. Tienen a su alcance las bibliotecas más importantes del mundo, millones de libros documentos, informes, revistas, miles de películas y videos, todos los museos del mundo, constante información de todas las ideologías, etc.
Con la ayuda del disco duro, los pendrive e internet, encuentran respaldada y reforzada la memoria de su cerebro,
Su experiencia de presencia virtual, pero real, aunque no sea con la física de su cuerpo, su experiencia de distancia, espacio y tiempo, la de extensión ilimitada de sus dos sentidos más importantes, dejan gérmenes en su cerebro para elaborar primariamente conceptos inéditos de presencia, ausencia, distancia, espacio, tiempo, pluralidad, etc…, que nada tienen que ver con las experiencias y conceptos primarios que los cerebros de quienes somos mayores y no tuvimos estos medios y estas vivencias.
Los niños y adolescentes de hoy no son una generación más, encarnan y son sujetos protagonistas de una nueva antropología y consecuentemente de una nueva psicología y una cultura radicalmente diferente a la que hasta ahora estaba vigente.
Las nuevas generaciones virtuales empiezan a tejer las bases de otros modelos de sociedades. Sus redes sociales están generando, superficiales o no, nuevos tipos de comunidades dentro de la macrosociedad virtual. Guste o no, la realidad es que las nuevas generaciones virtuales vienen con otro cerebro a la escuela. Por algo, como signo de los tiempos, han surgido con vigor la neurociencia y la neuroeducación.
La educación que ofrece el sistema educativo del Estado es anacrónica, no sirve para el presente y mucho menos para el desafiante futuro que les espera a las nuevas generaciones indefensas y sumidas en la incertidumbre.
EL Ministerio de Educación y Ciencias y los gremios docentes, a pesar de tener comunicación diaria con los alumnos durante doce o trece cursos, parece que, no saben cómo son sus educandos y siguen con la misma pedagogía, las mismas metodologías y didácticas de hace decenas de años, continúan llenando las cabezas de conocimientos, muchos de ellos caducos, como si los cerebros de los alumnos fueran depósitos vacíos e inactivos.
Nunca la educación necesitó tanta investigación como ahora. Transformar la educación requiere investigadores y verdaderos especialistas. Jamás se transformará la educación con sondeos de opinión populistas y masivos, porque la educación se ha convertido en una de las profesiones más complejas, técnicas y exigentes en la nueva humanidad.