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Las tradiciones hacen que, aunque evolucionemos, algunas cosas permanezcan arraigadas en nuestra cultura como lo son las bombas de estruendo para recibir el día más importante de la feligresía católica. Ante su denodada insistencia, resulta difícil no caer en la tentación de entregar a los niños y las niñas alguna estrellita, ajito, la virulana voladora u otro mbokabicho.
Pero no es para nada gracioso cuando, por efecto de la irresponsabilidad adulta, los más pequeños pagan con su humanidad el uso incorrecto de petardos y fuegos artificiales por más “inocentes” que estos parezcan.
El uso de las bombas de estruendo representa un riesgo para los más pequeños quienes, por la mala manipulación, han quedado con graves secuelas físicas.
Asimismo está el otro lado del uso de la pirotecnia que son las personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA) quienes sufren lo indecible en estas fechas. Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, uno de cada 160 niños con TEA padece con este tipo de ruidos.
Ellos oyen una “simple bombita” como si fuera que se encuentran en medio de un campo de batalla. Las consecuencias pueden desembocar en problemas emocionales y traumas debido a que la experiencia sensorial en ellos es completamente distinta a quienes no padecen TEA.
Así, dicen los profesionales, puede generar crisis de llanto, gritos, ansiedad y autolesiones. Al no poder procesar los ruidos adoptan una posición agresiva e impredecible que también tiene consecuencias en el entorno familiar.
Antes de celebrar con ruidos que no construyen, pensemos en las personas con TEA. Y que la resaca navideña y de Año Nuevo, sea solo de amor, recuerdos y divertidos viajes infantiles al pasado.