No es solo fútbol

Probablemente un porcentaje minoritario de los adolescentes del país tenga algún recuerdo de su selección jugando un mundial.

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Pasaron once años desde el de Sudáfrica, y el mazazo de realidad que recibimos el jueves por la noche se asemeja a un déjà vu que va matando, o terminó de matar, a aquella última sobreviviente de mil batallas, la esperanza.

“Junto a la religión es el opio del pueblo” sentencian algunos, parafraseando a Marx, para intentar restarle valor a este juego y deporte que es capaz de generar las más grandes emociones y valores individuales y colectivos como la solidaridad, el respeto, el trabajo en equipo, el compañerismo, la perseverancia o la disciplina.

Pero para entender todo lo que significa éste tipo de encuentros hay que mirarlo de forma más global.

Un mundial es una oportunidad de darse a conocer al mundo, de mostrar a un pueblo, sus costumbres, de generar interés, de exhibir eso que muchos estrategas del marketing denominan marca país, y que tiene en este tipo de encuentros a una de sus mejores vidrieras globales.

No es solo un torneo. Es mucho más que eso.

Es la posibilidad de compartir, de mirar al mundo, de conocer y reconocer a otros, de ampliar horizontes mentales.

Es confraternizar. Es posibilidad de conocer de historia, política y geografía.

El Mundial es una oportunidad. Una demasiado grande, que naturalmente genera muchos negocios vinculados, e incide en el humor social, en las expectativas, planes y objetivos, individuales o grupales.

En esa Torre de Babel que también es un Mundial, la lengua propia puede servir como nexo para tender puentes con otras culturas.

Solo es cuestión de recordar cuántos extranjeros se sienten maravillados al conocer que en nuestro caso, el guaraní, se mantiene vivo y es oficial como lengua indígena que sobrevivió a la conquista.

Por eso es que duele quedar afuera de una fiesta de este tipo, como dolió quedar fuera de una que fue aquí al lado, en Brasil, que era una enorme oportunidad para muchos de nosotros de participar activamente en un encuentro global, acompañando al equipo que nos une por sobre nuestras diferencias internas.

Si a la selección le va bien esto trabaja la autoestima colectiva, genera un buen clima de negocios, un buen humor social. Hay inversiones, esperanza, optimismo, y un monto incalculable de negocios generados.

Por eso es que molesta quedar fuera, tratando de entender por qué hubo tanta soberbia dirigencial para mantener por tanto tiempo a un seleccionador que no obtuvo resultados que justifiquen tanta obstinación.

Pero también mirando un poco más allá para constatar que el mazazo de realidad solo devuelve preguntas que deberían interpelar a los responsables, como ¿cuántos clubes trabajan en sus inferiores en la formación integral de sus atletas, incluyendo al aspecto educativo? ¿cuántos los van preparando ya para administrar lo poco, mucho o muchísimo que ganen en una carrera que puede ser tan exitosa como breve? ¿o cuántos se dedican a preparar a sus futbolistas para tener la capacidad de adaptarse a formas de vida diferentes, lejos de la familia, cuando les toque alguna transferencia internacional que los ponga a prueba y no tengan que fracasar por no poder adaptarse?

El resultado de lo que hoy tenemos es simplemente el espejo de una realidad maquillada de tanto en tanto por camadas de talentosos, burbujas en medio de la realidad de improvisación e informalidad.

Por eso molesta más quedar fuera de una fiesta mundial, pensando en que como mínimo pasarán 16 años para tratar de volver a ver al equipo que nos representa, en esa gran vidriera global.

guille@abc.com.py

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