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Finalmente en la semana que termina un grupo de senadores presentó formalmente el primer proyecto de ley para volver a bloquear las listas electorales.
Los senadores liberales Abel González, Hermelinda Alvarenga, Octavio Schatp y José “Pakova” Ledesma realizaron la presentación, suavizándola con el argumento de que el bloqueo de listas solo debe regir en las elecciones generales, manteniendo el voto preferencial dentro de las internas.
El argumento de los proyectistas es que el voto preferencial favorece a los candidatos con más recursos económicos, obliga a todos los candidatos a hacer campañas de forma individual y no garantiza un cupo mínimo para las mujeres.
Pero como frutilla de la torta exponen formalmente el argumento de que “restringe la posibilidad de ingreso de candidatos con escaso apoyo popular”.
¿Más claros no pueden ser, verdad?
Era previsible esta reacción, lo paradójico es que se produce principalmente en miembros de partidos que se vieron beneficiados en las municipales por el acopio de votos hacia sus listas.
Así, por ejemplo, ni bien terminadas las elecciones hemos escuchado a la senadora colorada Lilian Samaniego decir que este sistema privilegia a quienes tienen más dinero para sus campañas y que además va contra el sistema de garantizar un cupo mínimo para las mujeres, y también hemos escuchado las reiteradas críticas de su colega Silvio Ovelar, un experimentado negociador en la compra y venta de votos, inmortalizado ya en el imaginario popular con el glorioso mote de “trato apu’a” tras haber sido grabado ofreciendo 200.000 guaraníes a un operador liberal por cada correligionario suyo al que impidiese ir a votar.
El senador liberal Abel González aún fue más allá cuando al justificar el intento de volver a bloquear las listas para las nacionales, argumentó luego en una entrevista que nadie trabaja gratis ni por amor al partido en las elecciones, y que es normal que se negocien los votos y allí corre con más ventaja quien más recursos tenga.
El problema es que se dan cuenta ahora, a treinta años de haber mantenido un sistema electoral que arrojó los mismos resultados en calidad de representación. Por eso no es malo ir probando modificaciones que estén orientadas a darle un poco más de poder al ciudadano. Es claro que el voto preferencial no es una solución mágica al problema de la mala calidad de la representación, pero al menos es una herramienta de expresión adicional para el elector.
Es una realidad que se fragmentan las campañas y se hiperpersonalizan, pero es también real que los propios candidatos no están ya supeditados a lo que decida el cacique del movimiento para disponer el orden dentro de la lista.
Si a esto le agregamos que se premia realmente a quienes más se movilizan ese día dentro de un sistema de acopio, primero para la lista y luego para el candidato, es justo reconocer entonces que el sistema expresa de mejor manera la intención de respaldo de cada elector.
Ante esta nueva regla electoral que plantea un escenario diferente, es interesante ver cómo algunos miembros de grupos más pequeños ya tomaron nota y plantean elaborar propuestas más incluyentes y proyectos de alianzas buscando coincidencias entre sectores, con la intención de motivar el respaldo del elector.
Por eso creemos que ante este primer intento de comenzar a reducir al voto preferencial como expresión de voluntad ciudadana, sería interesante intentar profundizarlo aún más, dándole al elector la opción de poder escoger a más de un integrante dentro de esa misma lista que respalda.
El sistema electoral rígido que tuvimos hasta antes de las municipales siempre dio los mismos resultados, no es ésta la fórmula perfecta, pero al menos avanza en la dirección de otorgarle más poder al ciudadano para premiar o castigar.
Ante los problemas de la democracia, es necesaria más democracia.