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Martín Ariel murió en junio sin que fuera su turno para vacunarse. Desiree Cabrera tenía 48 años y era nuestra corresponsal en Cordillera, recién le estaba tocando disfrutar del amor y las aventuras. Desiree murió en abril sin que fuera su turno para vacunarse.
Joseto Cálcena era un gran esposo, padre y profesional que nos ayudaba a construir las cifras epidemiológicas. Nos enfermamos casi a la par; el ya solo quería que bajara la franja para vacunarse. Joseto murió en julio sin que le tocara el turno para vacunarse. Nino Silguero era un gran periodista en Villarrica. Estaba empezando a disfrutar de merecido tiempo con los suyos en su Vy’arendá. Con un viacrucis en terapia intensiva, terminó formando parte de las cifras. Nino murió en junio sin que le tocara el turno para vacunarse. Israel Pérez tenía apenas 38 años. Esposo y papá de hermosos niños, brillaba en Santa Rosa. La última vez que hablamos no ocultaba la tristeza de estar lejos de los suyos pero celebramos su talento en el interior porque dibujaba con palabras el fútbol. Israel murió en junio sin que le tocara el turno para vacunarse.
Podríamos llenar el diario de hoy domingo con los nombres de hombres y mujeres, familias enteras que quedaron diezmadas, entre ellos, valiosos profesionales de la salud muertos mientras combatían el mal. A ellos no les alcanzó el turno para vacunarse.
Pasado mañana será el día de nuestros muertos. Como nunca, los cementerios se poblarán de flores, lágrimas y recuerdos aún tibios de quienes se fueron. Padres, madres, hijos, hermanos, tíos, sobrinos, amigos, cuates de la cancha, compañeros de trabajo. Alrededor de 16.233 hombres y mujeres nos fueron arrancados por el covid19; llegamos al espanto de casi 150 muertos en un solo día.
No es bueno vivir en una nube de triunfalismo cuando el ritmo de contagios sube de la mano de la contagiosa Delta. La mayoría de nuestros muertos no pudo vacunarse: no era su turno. Pero quienes sobrevivimos, podríamos honrar sus vidas ya que desde mañana desaparecerán la mayoría de las barreras para vacunarnos. Como diría la Directora del Hospital Nacional, ¡basta de vuela alto!.
Debemos aprender a convivir con la enfermedad: sin miedo, de pie, trabajando, estudiando y cuidándonos. Si hay dudas, están las sociedades científicas para evacuarlas. Todo este tiempo han estado alertando, exigiendo y reclamando: es difícil imaginar que una sola de ellas sea cómplice de nadie. De la mano de las vacunas muchos países se están levantando, ¡Paraguay también puede!