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El otro suceso es la rebelión del senador Javier Zacarías Irún. Se negó a apoyar, como lo dijo en voz alta, a la “narcopolítica”, refiriéndose al candidato del cartismo, Ulises Quintana.
El nuevo triunfo de Miguel Prieto al frente de la comuna esteña tiene el inmenso mérito de haberse impuesto a la máquina trituradora del cartismo. Se sabe de la desigual batalla, pero ante el dinero se impuso la ética; ante el prebendarismo, el propósito de limpiar Ciudad del Este de su mala fama; ante la especulación de las necesidades de la gente, el desinterés por la compra-venta de votos como un gesto que dignifica la política.
El rechazo mayoritario del electorado a la narcopolítica fue también de apoyo a las gestiones de Prieto, ahora obligado, más que nunca, a llevar adelante una gestión honesta, eficiente, con la mirada puesta en el bienestar de su comunidad. Sería catastrófico que sucumbiera al canto de sirena de la corrupción que le acosará hasta en sueños en la difícil travesía de cuatro años.
Las municipales del domingo tuvieron, también, un componente muy conocido en el Partido Colorado: la acusación de traidor a quien no acompaña a su candidato en cualquier justa electoral. El senador Zacarías Irún denunció al dirigente de la ANR, Alberto Alderete, que pretendió expulsarlo del Partido al negarse a apoyar a Quintana. El propósito de la expulsión ya se dio en setiembre con los presidentes de las seccionales coloradas de Ciudad del Este quienes argumentaron “una traición a los principios del Partido”.
¿Cuáles son los principios del Partido? O por lo menos los nuevos principios, porque antiguamente, con dirigentes como Juan León Mallorquín, Rigoberto Caballero, Waldino Ramón Lovera, y varios etcéteras, eran totalmente otros. Estaban identificados con la conducta moral de los dirigentes y los dirigidos. Si hubo expulsiones fue por haberse quebrantado precisamente los principios partidarios, pero los éticos.
¿Y ahora? Se amenaza con el desahucio a quienes se niegan a proteger a los acusados, como Quintana, de tráfico de drogas en carácter de cómplice, tráfico de influencias, y otros hechos que de ningún modo le hacen digno de protección, tal como lo demuestra el cartismo con llamativo entusiasmo. Una pregunta elemental: ¿Qué hay detrás de este apoyo? No se podría decir que se ignoraba la frondosa acusación fiscal contra Quintana. Ha tenido suficiente publicidad como para desconocerla. Y como si fuera poco, el gobierno de los Estados Unidos lo calificó de “significativamente corrupto”.
En estos casos, y otros parecidos, el deber de un buen colorado, y mejor ciudadano, es alzarse contra la corrupción y no apoyarla; negarle su apoyo y no ampararlo; pedir su expulsión del partido y no de quienes lo denuncian.
Para que sus correligionarios le entiendan de una buena vez, Zacarías Irún agregó: “Nadie me puede obligar a acompañar una candidatura que nace de la corrupción y nace, por sobre todas las cosas, de crímenes organizados, penados aquí y en todas partes del mundo”.
En fin, los comicios del domingo pasado dejaron estas y otras anécdotas que esperamos no se reiteren en los próximos. Tenemos cuatro años para ratificar o rectificar comportamientos. Lo esencial, rechazar la narcopolítica. Todavía estamos a tiempo para hacer que nuestro país no sea devastado totalmente por el infierno de las drogas.