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Pareciera referirse al Paraguay, a cuyos gobernantes no les interesan el arte, el pensamiento y la ciencia. No les importa la cultura.
Este pasaje lo transcribí el 17 de setiembre del 2019 en Facebook cuando el proyecto de presupuesto para el 2020 proponía una reducción al sector cultural de 3.578 millones de guaraníes. Hoy se proyecta para el 2022 otro recorte de 3.800 millones.
El Gobierno deja sin mayores recursos a la cultura alegando que hay “otras prioridades”, entre las que sobresalen, indudablemente, los intocables parásitos politiqueros que debemos mantener.
Además, en nuestro país, hay semianalfabetos que ganan (unos legítimamente y otros deshonestamente) más plata que las personas cultas. Pero esa no es la regla. Entonces surge la pregunta: ¿para qué sirven la cultura y las organizaciones culturales? Los que reparten la plata del Estado (plata de todos) tienen su propia lógica. Ellos viven otra realidad. Mientras reparten se quedan con una parte. Y para eso deben repartir en otras partes donde haya una rentabilidad grande -obras sobrefacturadas, compras voluminosas a proveedores “generosos”—, pues la cultura no les “rinde” ni económica ni electoralmente. No crea una clientela electoral domesticada.
El tema es que sin cultura es imposible que haya progreso sustentable en el país. Un pueblo inculto, con una educación deficiente que lleva a que 7 de cada 10 estudiantes no entiendan lo que leen (dato escalofriante), es un pueblo condenado a ser pobre y a aumentar su pobreza cuanto más ignorante sea. El ignorante es incapaz de discernir entre el bien común y la malicia egoísta del politiquero. Por eso vota a delincuentes.
En la mercadotecnia politiquera el arte, el pensamiento y la ciencia no originan posibilidades de coimas ni de enriquecimiento mediante el tráfico de influencias. Y a la hora de ajustes presupuestarios se apunta a la cultura (componente sustancial de la educación), mientras se mantienen los privilegios de una casta que saquea impunemente al país, que mete la mano en el cada vez más gastado bolsillo del trabajador.
Para quienes reparten la torta de manera a quedarse con la mayor parte de lo repartido, es mejor que haya aduaneros —ellos sí entienden el asunto—, antes que tipos cultos que solo piden fondos “para sus libritos, sus versitos, sus novelitas, sus teatritos, sus bailecitos, sus cuadritos” (un funcionario dixit).
Un Estado responsable sabe proteger el arte, el pensamiento y la ciencia. Sabe promover la inteligencia colectiva. Al hacerlo abre vías al progreso material sustentado en la creatividad, el trabajo y la ética. Es decir, en la cultura.
Salud, educación y prosperidad son atributos auténticos de un pueblo culto.