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Quién lo diría... Un rostro joven. Caímos. Nos conquistó en la ONU.
Decidido como un toro a atropellar lo que fuere y como fuere.
A la independencia de los poderes, pilar de la democracia, la quiebran con un sencillo movimiento: ubicar a sus leales en puestos claves para llegar a su más obsesiva necesidad de blindar sus intereses.
Asume la presidencia. Bukele llega con un discurso populista, con un lenguaje millenial, jeans y chaqueta, y selfies... Y uno que otro karaoke.
No se sabía muy bién si tiraba para la izquierda o la derecha. Deambuló de un partido a otro, de una carpa a otra.
Se mostró como una alternativa frente a la población harta de los de siempre, de la pobreza la corrupción endémica y la extrema violencia de la pandilla criminal Mara Salvatrucha.
¿El escenario podría ser peor? Hasta entonces todos obnubilados.
Llegó el turno del legislativo. Siguiente paso. Sigue su marcado discurso populista.
Prepandemia. Bukele copa por unos minutos el Congreso. ¡Y qué escena! En un hecho inédito, rodeado de militares ingresó al recinto legislativo y lanzó un ultimátum al Parlamento –por entonces en manos de una oposición con alto descrédito también– para que aprueben un préstamo. Se toma la revancha. Gana con comodidad las legislativas y toma el control con sus aliados parlamentarios.
Finalmente sacude al judicial en tres pasos. Destituye a los miembros del Supremo que no responden a sus pedidos. Digita el nombramiento de los reemplazos y reforma la Ley de la Carrera Judicial y la Ley Orgánica de la Fiscalía General de la República (FGR) para enviar a retiro a jueces y fiscales con 60 años cumplidos para supuestamente depurar el sistema judicial y el Ministerio Público.
Y por último, el Supremo lo habilita para una reelección presidencial consecutiva, en medio de una controversial interpretación de la Constitución salvadoreña.
Son hechos. Todo en 2 años de mandato.
Con todo, queda claro que la concentración del poder en una sola persona o figura política pone en peligro la democracia; y que un autócrata no está lejos de ser un dictador.
Llegan con rostro de desenfado, pero con la intención oculta de perpetuarse. Tengámoslo presente. Estamos a tiempo de librarnos de una versión paraguaya.