Cargando...
En un breve tiempo, entre la “ley Titia” del 27 de noviembre de 43 antes de la era cristiana y el decreto del año 15 de la era cristiana del emperador Tiberio (menos de sesenta años) los poderes de las asambleas electorales democráticas de la República dejaron de existir, siendo transferidos al Senado, que no era elegido por el pueblo.
Estamos viviendo un proceso muy parecido, sino idéntico: Desde 1996, la “ciudadanía” está siendo transferida al mundo digital. Todo, desde los salarios con las tarjetas de débito hasta los cobros con Pay Pal, se hace digitalmente. Hay identidad digital para existir, la comunicación personal (correo y mensajería) se hace digitalmente; también la vida social (Facebook, Tik Tok) y la vida política (Twitter, medios digitales). El Estado, incluido nuestro Estado, discurre crecientemente por vías digitales.
Pero, y no casualmente, la vida digital ha sido puesta por las élites, fuera del marco de las Constituciones nacionales; esos maravillosos edificios que preservan derechos y limitan poderes fueron dejados al margen y hoy se “cancela” la existencia de la gente por diktat de siete u ocho oligarcas norteamericanos que hasta ponen y sacan presidentes de Estados Unidos a su discreción. El debido proceso ha sido eliminado, la muerte civil ha sido restablecida, así como la censura previa y demás instrumentos autoritarios del oscurantismo medieval.
Todo con la excusa de que las organizaciones digitales, las “plataformas” que contienen la vida digital, son instituciones privadas que, por serlo, pueden definir cuáles son sus criterios para aceptar miembros. Olvidan, a propósito, el “pequeño” detalle de que usaron el pretexto de garantizar la neutralidad requerida a los proveedores de servicios para convertirse, con soporte público y fuerza estatal, en entidades hegemónicas que abusan de su posición dominante para hacer desaparecer a competidores o a doblegarlos (caso Parler).
Con la excusa de la seguridad “sanitaria”, ahora han destruido la libertad, la privacidad, la propiedad.
Los oligarcas están ya en posición de coaccionar a cualquiera que se les oponga con fuerza coercitiva real. Por ejemplo, cualquier mínima oposición a los abusos de los movimientos de supremacismo afroamericano es inmediatamente calificada de racista y castigada con la pérdida del empleo y de la cuenta en redes sociales, convirtiendo al opositor en un paria excluido del nuevo orden mundial.
Hasta en eso repiten a los cristianos que, desde tiempos del emperador Teodosio, establecieron como “libertad” de la Iglesia reprimir a sus opositores con la excusa de proteger a los creyentes.
La vuelta a la “normalidad” no es tal, es un disimulo con el que encubren el hecho de que el gobierno eliminó todos los derechos y los convirtió en meros permisos provisorios y revocables a su entera discreción. No hay ya derechos inalienables, sólo hay permisos revocables.
La transición entre el fin de la República Romana y el Oscurantismo medieval hizo creer entonces a muchísimos que la “normalidad” nunca se había ido, mientras eran degradados de ciudadanos a súbditos casi sin darse cuenta.
Estados Unidos en particular, y casi todo el mundo, está viviendo una transformación radical. La “normalidad” como la entendíamos está siendo eliminada por doquier; los sectores que quieren resistir son desordenados y derrotistas. Depende de nosotros solos hundirnos pasivamente en este nuevo oscurantismo o, como Venecia durante el anterior, convertirnos en la isla y la base de la libertad.