De nada sirvió el enrejado de plazas

Más de 500 metros lineales de rejas fueron colocadas en el 2011 a la Plaza Uruguaya de la capital, en un intento de “frenar” las ocupaciones de grupos indígenas y de otros sectores que frecuentaban el casco céntrico para manifestarse. Este vallado fue uno de los más polémicos. El primero –pero que no creó tanto revuelo– fue el de la Plaza Italia, en el 2010.

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A 10 años del enrejado de la Plaza Uruguaya, este espacio público y con fines recreativos, se encuentra en deplorables condiciones. Pasó a ser “un baño” más, donde orinan y defecan diariamente decenas de personas. Todo esto en narices de la policía.

La fuerza pública en vez de resguardar el sitio –declarado inclusive Patrimonio Histórico– se lava las manos y deslinda responsabilidades. Mientras tanto, éste y otros lugares de esparcimiento se pierden entre el abandono, las invasiones, los hurtos y la desidia estatal.

Principalmente por parte de la Secretaría Nacional de Cultura (SNC), que tiene a su cargo estas y varias otras plazas históricas y que al parecer espera la destrucción total de estos puntos para intervenir.

De hecho, no es novedad que dicha Secretaría no mueva un solo dedo para evitar tales invasiones y permita semejante dejadez. Un claro ejemplo es lo que se viene dando con las plazas de Armas y Salazar, que están ocupadas por los damnificados. A estas también se las intentó enrejar, pero el proyecto no prosperó en el 2019.

Y lo que se observa en la actualidad es historia repetida. Desde hace un mes, casi 500 indígenas, entre niños y adultos copan las arterias de la ciudad en reclamo de varios tipos de asistencia y ejecución de proyectos.

Del total, un 30% acampa aun en las instalaciones de la antigua estación del Ferrocarril y en la Plaza Uruguaya, cuyas rejas se convirtieron en el tendedero de sus ropas. Inclusive, armaron hasta sus propios pozos ciegos “al aire libre”, lo que emana un nauseabundo olor e impide transitar en este espacio público.

Es triste y penosa sin dudas la situación en que sobreviven estos nativos en medio de la capital, quienes también son víctimas -en una mayoría - de innumerables injusticias y abusos hacia sus comunidades.

Pero más triste es que las instituciones competentes se desentiendan de la situación, se pasen la toalla y derrochen millones en enrejados inservibles, que a la larga solo evidencian que las soluciones brindadas fueron parches. Con este revivido escenario, esperemos que las autoridades tomen –en algún momento– cartas reales en el asunto y permitan que los espacios públicos sean liberados y estén aptos para todo aquel que desee disfrutarlo y darle un buen uso.

emilse.rolon@abc.com.py

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