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Los integrantes de numerosas familias se despertaron cuando el agua de lluvia había invadido sus habitaciones. Otros no tuvieron tiempo de salvar sus pertenencias y tuvieron que dejar sus hogares prácticamente con la ropa puesta. En tanto que algunos se quedaron atrapados en sus casas y los bomberos voluntarios tuvieron que realizar los rescates que en algunos casos fueron dramáticos.
La situación presentada en la capital del primer departamento no sólo es resultado de la falta de una planificación para la formación de nuevos barrios, fraccionamientos y asentamientos humanos. También se debe sumar la ambición, ya que sin importar cómo van a vivir las personas se les consigue un lugar donde “vivir” a cambio de votos en el caso de los políticos inescrupulosos y de dinero en el caso de algunas empresas inmobiliarias.
Con lo sucedido el domingo durante el temporal también se puede deducir que el control por parte de las instituciones encargadas de habilitar urbanizaciones es nulo. A los responsables de esas entidades no les importa cómo estas familias se desenvuelven en sus viviendas construidas en terrenos anegadizos.
Puede más la improvisación y la codicia que la humanidad. El asentamiento Aquino Kue, el barrio Primavera y San Antonio instalados en la cuenca del arroyo Guasu son un ejemplo del resultado de ese manejo insensible y egoísta.
El asentamiento Caacupemí es otro mal ejemplo. Aquí, 26 viviendas “desaparecieron” y en parte es consecuencia de la falta de planificación. Las casas estaban a orillas del arroyo Calaverita y las autoridades no previeron un desastre como el que ocurrió.
Es verdad que mucha agua cayó en poco tiempo, pero el daño a las personas pudo haber sido menor si se realizaba un control más estricto para dar luz verde a la construcción de las casas o formación de asentamientos humanos en la ciudad. No se debería repetir una situación de tal naturaleza.
Aquellas personas responsables de lo ocurrido ahora deben dar soluciones a los afectadas. Que se ponga el sayo a quien le quede.