Cargando...
Las religiones y el poder se encargaron de reprimir y sancionar de diversas maneras el consumo de algunas a la par que bendijeron otras. Las drogas habían salido de lo tribal y se habían convertido ya en un objeto más de consumo, sin el encanto ritual, se instalaron como un peligro para la salud individual y colectiva de las personas.
A principios de 1980, Estados Unidos encaró una política global represiva contra el uso de sustancias prohibidas. Los países alineados a EE.UU. siguieron la línea trazada por el gobierno de Ronald Reagan. La premisa era liquidar la oferta de drogas para que de esa manera desaparecieran los consumidores. Para ello había mucha plata. Paraguay siguió esa línea pese a que la distancia con Estados Unidos empezaba a ser notoria, máxime cuando en 1985 el presidente Reagan llamó “dictadura” al gobierno de Stroessner.
De sobra está decir que esa política antidrogas ha fracasado sonoramente, sin embargo, no está de más decir que hasta en el éxito fracasa.
Haber decomisado cientos y cientos de kilos de cocaína lista para embarcar entre trozos de carbón no es otra cosa que aceptar lo vulnerable y comprable de nuestras fronteras y lo permeable de nuestro tránsito aéreo. Reconozcamos, la expansión de la frontera narco, ya no se pierde en los montes del Amambay ni en las llanuras depredadas de Concepción y San Pedro, sino que empolva de cocaína las narices del poder político en plena capital, donde no solo sucedieron detenciones de importantes contrabandistas de drogas, sino que hasta ya se han visto liberaciones, balazos mediante, de supuestos mitos del negocio ilegal. El delito no respeta las fronteras que impone la miopía política.
Las drogas han llegado, y no porque la palabra de Celeste Amarilla se hizo carne, sino por voto popular hasta el Poder Legislativo, situación que ha sido reconocida hasta por referentes de los dos partidos más importantes del Paraguay. La droga se fracciona en Tacumbú a la vista de todos. La droga se compra y vende por montos que para voluntades, que se han quedado hasta con vueltos, resultan absolutamente irresistibles. La droga financia la política para que sigamos batiendo récords de cantidad de droga decomisada.
La seductora fuerza del narco ha puesto en una celda de Estados Unidos a una política colorada a la que muchos hemos saludado en medios de prensa cuando aún trabajaba en comunicación, puso bajo la lupa un lucrativo negocio de exportación y pone en observación a empresarios petimetres que hoy tienen a la Fiscalía soplándoles las nucas. La droga en Paraguay ha roto con el estereotipo pop de Tony Montana y puso a empresarios de culto religioso dominical en entredicho. El narco no es precisamente el charro de pistola dorada, no.
El error es demasiado notorio, la necesidad de una reconducción también.
La guerra fría se acabó, hay demasiados buenos ejemplos de salidas soberanas a la problemática de las drogas. Si matar el producto fracasó, ¿Qué puede funcionar? El cambio radical de la política, controlar el consumo con ciertos límites, cuidar en especial a la población infantil que hoy vaga adormilada por el chespi por las calles de las ciudades más grandes del país, encarar las drogas como un grave problema de salud y no como una cuestión puramente represiva, quizás algo de eso o todo a la vez.
La Senad tiene atribuciones, en realidad obligación, de diseñar las políticas públicas en el tema. El aporte será mucho más eficaz que estos grandes decomisos que finalmente no dejan a ningún adicto sin esnifar, solo perjudica a un grupo de narcos que pronto serán sustituidos por otros.
“Al día siguiente que mi padre falleció, en ningún lugar del planeta faltó cocaína”, esto dijo Juan Pablo Escobar, hijo de Escobar Gabiria.