El enojo de Karai Octubre

Los agricultores le conocen muy bien a ese moreno desgarbado, con enorme sombrero piri destartalado que le cubre la cabeza. Llega a los ranchos para alzarse con el último resto de la producción agrícola y anunciar nuevos males: es Karai Octubre. Esta vez su presencia es en casi todos los hogares del país. Para suavizar sus devastadores efectos, en el inicio del mes se sirve el famoso “jopara”, locro y poroto. Este año muchas familias no tienen ni lo uno ni lo otro.

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La presencia de Karai Octubre coincide con acontecimientos nunca antes vividos, con hogares destrozados económica y anímicamente. Según los entendidos, la pandemia tendrá efectos prolongados, más allá de la vacuna que pudiera darse. Nuestra reducida población no permite tantas muertes, pero se está dando de manera dramática.

Las autoridades sanitarias anuncian que nos vamos acercando al momento de aplanar la curva. Algunos países europeos, España a la cabeza, también creyeron haber superado lo peor y se relajaron con un saldo doloroso. Ya no se habla de rebrote ni de segunda ola porque la primera no ha terminado aún. La corta pausa que dio el virus, la gente confundió con retroceso o desaparición.

Karai Octubre vino también acompañado de una sequía como nunca, o rara vez, se ha dado en nuestro país. Los tajamares y arroyos han desaparecido. El río Paraguay es un hilo que dificulta cada vez más la navegación. Ya casi nada sale ni entra. Los comercios de exportación e importación están pidiendo socorro, a igual que los ganaderos, grandes y pequeños, que ven morir de sed y de hambre a sus animales.

Como efecto de la sequía, se extiende el incendio por todas partes con grandes daños a las propiedades. Para peor, los bomberos voluntarios no reciben ayuda, o muy poca, del Estado. Los pobres ya no dan más. Ponen todo su empeño, arriesgan la vida, en el cumplimiento de tan noble tarea, pero no dan abasto. La lucha contra el fuego hubiera sido más o menos exitosa si los bomberos contasen con equipos suficientes y en buenas condiciones. Por ello, es doblemente admirable la tarea que llevan adelante sin más reconocimiento que la conciencia de servir a la comunidad.

Karai Octubre nos trajo también este año un cansancio generalizado, un hartazgo por las libertades restringidas, por un confinamiento que separa a las familias, por progresivas enfermedades mentales, por un empobrecimiento acelerado, por pérdidas de fuentes laborales.

Una calamidad.

Para peor –si todavía puede ser peor– tenemos una clase política que se desentiende de los problemas de la gente para dedicarse al completo disparate. Por dar un ejemplo, tenemos a los diputados preocupados por restituir su banca a quienes la habían perdido precisamente por decisión mayoritaria de sus colegas. ¿Por qué piden ahora el regreso? ¿Se equivocaron? ¿No existieron las causas por las que fueron castigados? ¿Se cometió una grave injusticia que se intenta reparar? De ser así, tienen que irse todos los diputados que votaron por la pérdida de investidura. No se concibe que una institución, símbolo de la democracia, tenga miembros que toman decisiones irreflexivas o animados por cuestiones subalternas. ¿Se equivocaron? pues que renuncien.

¿Estuvieron en lo cierto? ¿Actuaron de buena fe, empujados por la idea de limpiar la Cámara de Diputados? ¿Analizaron fríamente los casos de cada uno de los castigados? ¿Merecían la expulsión? De ser así ¿a qué viene la pretensión de revisar la medida?

En fin, Karai Octubre vino enfadado y con su antigua intención de decirnos lo mal que estamos. Solo que ahora es peor.

alcibiades@abc.com.py

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