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El Día Mundial de la Alimentación que se conmemora cada 16 de octubre, este año celebra el 74º aniversario de la FAO, y llama a la acción para promover dietas saludables, disponibles y asequibles para todas las personas, con el lema “Nuestras acciones son nuestro futuro. Alimentación sana para un mundo Hambre Cero”.
Con este lema se busca promover una acción de manera más rápida y ambiciosa, en todos los sectores, para alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 2 para poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible.
Es importante, a su vez, considerar que el “Hambre Cero” no trata solo de abordar el problema de la subalimentación, sino también de la mala alimentación por exceso, al mismo tiempo que se cuida el planeta.
En las últimas décadas cambiamos drásticamente nuestras dietas y hábitos alimenticios como resultado de la urbanización, la globalización y el aumento de los ingresos. Pasamos de consumir platos de temporada elaborados principalmente a base de plantas y ricos en fibra, a dietas hipercalóricas con un alto contenido de almidones refinados, azúcar, grasas, sal y alimentos procesados.
Una combinación de dietas poco saludables y estilos de vida sedentarios han generado tasas de obesidad altas, no solo en los países desarrollados, también en los países de bajos ingresos, donde el hambre y la obesidad, a menudo, coexisten.
Actualmente, 1 de cada 5 personas que muere por enfermedades no transmisibles, lo hace por problemas asociados a la mala nutrición y sedentarismo. Esta es una de las razones por las cuales insistimos que, por el bien común, debemos etiquetar nuestros alimentos, como base para la aplicación de una serie de políticas públicas conducentes a mejorar la alimentación, la salud y preservar la vida humana. Además de las consecuencias sociales y morales, de tener a la obesidad y sobrepeso como una de las principales causas de muerte, esto también implica una gran carga económica para los sistemas de salud pública.
El estudio global sobre la Seguridad Alimentaria y Nutricional de la FAO, de 2019, indica que más de 820 millones de personas no tienen suficientes alimentos para comer, pero al mismo tiempo, el sobrepeso y la obesidad continúan aumentando en todas las regiones, especialmente en niños en edad escolar y adultos.
En Paraguay, las cifras también encienden una señal de alerta. El hambre afecta al 10,7% de la población, mientras que la prevalencia de la obesidad en la población adulta, de 18 años en adelante, es del 19%; y, el 12,4% de niños y niñas menores de cinco años, tiene sobrepeso.
Y en este proceso, las mujeres y las niñas rurales son fundamentales. El lema seleccionado para el Día Internacional de la Mujer Rural de este año, que se celebra el 15 de octubre, es: “Mujeres y niñas rurales construyendo resiliencia climática”.
Se trata de un recordatorio que el futuro sostenible del mundo no es posible sin ellas. Y nos lleva a reflexionar que, si bien las mujeres y niñas rurales representan más de un tercio de la población mundial y el 43% de la mano de obra agrícola, siguen sufriendo de manera desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza.
Pese a ser tan productivas como sus homólogos masculinos, no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor. Tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos, como la educación y la salud.
A nivel mundial, menos del 13% de las personas que poseen tierras agrícolas son mujeres y más de la mitad de ellas no tienen competencias de alfabetización básicas. En Paraguay, las mujeres representan el 47,2% de la población rural y su participación como productoras de alimentos es incuestionable. Sin embargo, el 31% de mujeres rurales jóvenes no estudia ni trabaja. Su exclusión del sistema educativo y de empleo las hace vulnerables a sufrir embarazos no deseados y migración forzada.
Las barreras estructurales y las normas sociales discriminatorias continúan limitando el poder de las mujeres rurales en la participación política del país, de sus comunidades e incluso en la toma de decisiones en sus hogares. Su labor sigue siendo invisible y no remunerada.
El cambio climático afecta de manera diferencial a las mujeres y hombres. Las mujeres se enfrentan, por ejemplo, a la escasez de agua. En el 80% de los hogares que no dispone de agua corriente, las mujeres y niñas son las proveedoras de agua para la familia, y para hacerlo, por la escasez, tienen que utilizar cada vez más de su tiempo, sin remuneración, para encontrar el líquido vital.
Es necesario comprender el incuestionable papel que desempeñan las mujeres y las niñas rurales en el desarrollo de la resiliencia.
Jorge Alberto Meza Robayo
Representante de FAO en Paraguay