Una crisis de miles

Miles de familias paraguayas habitan en lugares que no cuentan siquiera con las mínimas condiciones y las cifras podrían aumentar si no se toman medidas para paliar esta situación. La crisis habitacional es una realidad que hay que afrontar.

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La lluvia no paró en toda la mañana. Como si ya no fuera suficiente la mezcla de frío y agua, se le suma un fuerte viento que aparece cada tanto y hace estremecer hasta lo más profundo del ser. El olor de la basura esparcida por todas partes se acentúa aún más con estas condiciones climáticas.

Caminar por las calles del Bañado Sur, una de las zonas más pobres de Asunción, se convierte en un verdadero desafío en estas condiciones. A pesar de que el lugar no está a más de 10 ó 15 minutos del centro de la capital, varias calles ni siquiera cuentan con un empedrado y la tierra roja se convierte en grandes lodazales con cada lluvia.

Alrededor de lo que solía ser una cancha en el asentamiento se levanta una fila de casitas construidas con retazos de madera terciada y algún que otro elemento que pueda servir para cubrirse del frío y la lluvia. En algunos casos, las puertas son apenas restos de bolsas o telas.

Delante de una de esas pequeñas casas estaba ella. Tenía la mirada fija en algún punto en el vacío, se había quedado pensando luego de salir a ver qué tal estaba el clima y esperaba que el agua que había puesto en el brasero comenzara a hervir para agregarle el arroz que sería el almuerzo dentro de algunas horas. En el interior, cinco niños cuyas edades oscilan entre los 2 y los 12 años se guarecen de la lluvia en una improvisada habitación en la que hay hasta una hamaca paraguaya para poder contar con espacio suficiente como para que todos puedan dormir.

Las pocas pertenencias que tienen están amontonadas en un rincón. Al menos las que caben dentro del espacio que sobra. “En los días de lluvia es imposible cocinar porque no tenemos terciadas suficiente como para cubrir un espacio y el agua entra todo”, cuenta. Su nombre es Luz Alcaraz. Ella y sus cinco hijos forman parte de una pequeña comunidad de siete familias que, desplazadas por la crecida del río Paraguay, tuvieron que establecerse alrededor de una cancha a unas cuadras de donde se encuentra el terreno en el que habitan en los tiempos de sequía. El río no está muy lejos de la zona, por lo que cada vez que el agua crece, esta familia es la primera afectada en el barrio y también la última en poder volver a vivir con “normalidad”

“Hace cuatro años que vivo más hacia el fondo”, relata. En realidad lleva unos 16 años viviendo en la zona del bañado, pero antes vivía en una zona más alejada del río. Sin embargo, hace tres o cuatro años encontró una tentadora oferta que parecía asegurarle un lugar donde vivir con sus hijos. Un hombre, del que no recuerda siquiera su nombre, le ofreció un terreno a un módico precio, algo que estaba dentro de sus posibilidades. Y ella decidió aceptar.

“Quería un lugar para que mis hijos estén. En ese tiempo parecía muy hermoso porque era época de sequía, había plantas brotando y me imaginé que era un lugar lindo”, recuerda. En su voz se puede percibir la tristeza de tener que enfrentarse una vez más con aquellas memorias.

Luz estaba muy equivocada.

- “Me estafaron porque no era un lugar para vivir”, explica.

Como ya lo había señalado un poco antes, el terreno que Luz compró de buena fe hace un par de años es literalmente el primero en inundarse en época de crecidas y, por ende, también es el último en desagotarse. Pero, en realidad, ni siquiera hace falta que el río crezca para que el agua arrase con todo lo que hay en su terreno. Y es que cada vez que llueve, los raudales que se forman terminan rodeando su pequeña casa. “Si llueve igual nomas nos inundamos. Tenemos que esperar que salga todo y después nos quedamos en barro”, señala.

Se ofrece a mostrar su terreno. Son apenas algunas cuadras de caminata, aunque las pésimas condiciones del camino hacen que lleve más tiempo de lo que se demoraría normalmente para llegar hasta allí. Luz trata de medirse muchos en sus palabras. Habla con tranquilidad, incluso cuando cuenta detalles de algunos de los peores momentos que le tocó vivir o al momento de relatar que en realidad las instituciones estatales poco y nada le han ayudado en este tiempo, salvo para mover algunas de sus pertenencias.

“Mi lote está más para allá. Está lleno de agua, por lo que posibilidad de irme no hay luego. Ya hay gente que pudo volver, pero yo no puedo”, manifiesta durante el camino. Como si no fuera suficiente el tener que mover todas sus pertenencias cada vez que el agua llega, además los vecinos afectados por las crecidas deben encontrar la manera de hacerse con servicios tan básicos como el agua potable o la energía eléctrica.

El baño, de hecho, es un pequeño espacio cubierto con algunas terciadas y plásticos negros que hacen las veces de paredes. Tratar de darse una ducha en los días fríos es una idea difícil de concebirse. “No es que me acostumbré”, asegura Luz. “Voy a tener que aceptar la realidad, es lo que puedo tener, si yo pudiera tener algo por lo menos más bueno, me hallaría, pero es lo que puedo tener”, señala mientras sigue caminando. Sus pies se abren paso como pueden en el barro, mientras la siguen sus hijos y un pequeño vecino que se suma al recorrido a bordo de su bicicleta.

Las basuras que llegan desde la zona del vertedero Cateura, cargadas por el agua, se acumulan a los costados del camino. “A esta casa los drogadictos le sacaron el techo”, cuenta el pequeño ciclista mientras apunta con un dedo a una casa de madera que ya no tiene techo. “¿Hay muchos por acá?”, le preguntamos. “Sí, los que usan chespi (crack)”, responde.

Tras un buen tiempo de caminata, finalmente se llega al terreno de Luz y su familia. Unos palos que apenas se mantienen en pie mientras sostienen algunas lonas dan un indicio de dónde se encontraba la casa. El agua, que ha cedido bastante, sigue cubriendo buena parte del terreno.

“Si yo tuviera una manera de vivir mejor para mis hijos, la tomaría. Yo les amo a mis hijos y me gustaría tenerles en un lugar mejor”, asegura Luz mientras se queda mirando el terreno. En 2014, año en el que la crecida del río Paraguay alcanzó niveles récords para las últimas dos décadas, tuvo que vivir durante ocho meses en un campamento de damnificados, donde tuvo que pasar hasta las fiestas de fin de año. Este año no sabe aún cuando volverá pues las previsiones indican que los niveles del río seguirán altos hasta por lo menos agosto.

“Me imagino salir de acá. Eso lo que quiero: salir. Espero que algún día cambie todo en mi vida porque los que sufren son mis hijos. Yo no soy nada, pero ellos… Ya ustedes vieron”, sentencia.

Luz y sus hijos son apenas una pequeña parte de los miles de compatriotas que se ven afectadas por el déficit habitacional. De acuerdo a cifras oficiales, un quinto de la población vive en asentamientos en Asunción y el departamento Central. Para tratar de ser un poco más precisos: serían alrededor de 100.000 familias o aproximadamente 500.000 personas.

La realidad es mucho más dura a nivel país. Cálculos de la Secretaría Nacional de la Vivienda y el Hábitat (Senavitat) indican que el déficit habitacional en todo el Paraguay es de aproximadamente 1.100.000 viviendas. Alrededor del 87% de este déficit es del tipo cualitativo, es decir son viviendas que necesitan de mejoras en sus estructuras para ofrecer espacios dignos a sus habitantes. El 13% restante es del tipo cuantitativo o familias que necesitan la construcción de una vivienda nueva.

Es decir que alrededor de 150.000 familias en todo el país no cuentan con una vivienda. Por si haga falta una cifra más cruda aún, son cerca de 800.000 personas.

La falta de respuestas estatales y planificación durante décadas han empujado a esta situación. Familias que necesitan un lugar o que llegan desde el campo, empujadas por la falta de posibilidades y en busca de alternativas en la gran ciudad que consiguen vivir en alquiler por un tiempo, usando lo que consiguen de las ventas de su tierra y que luego de un tiempo deben buscar algún sitio donde establecerse.

“Ahí surgen muchos asentamientos y se forman estas ciudades tan desiguales y que mantienen a mucha gente en condiciones de desigualdad”, afirma Fernando Duarte Callizo, director social de Techo Paraguay, una organización surgida hace un par de años y que trabaja activamente en el combate a la pobreza desde el sector habitacional.

A ello hay que sumarle además la inestabilidad laboral, una realidad con la que conviven miles en Paraguay. “Esto hace que las personas sean muy vulnerables y ante cualquier eventualidad van perdiendo las facilidades que tienen y no les queda otra que ocupar terrenos ociosos, fiscales o municipales”, acota.

“Techo se propuso diseñar un módulo habitacional que pueda satisfacer esas necesidades, generar un módulo que sea transitorio hasta que las políticas del gobierno puedan llegar a estas familias. Yo creo que debería ser una lucha de más actores y debería estar más agenda porque el déficit es enorme y una casa sola, aislada, no resuelve la problemática”, asevera.

Duarte camina entre las casas de Villa Angélica, uno de los asentamientos en los que el programa de trabajo de Techo ha conseguido mayor éxito y en donde hace un par de meses construyeron la casa número 5.000 en Paraguay.

El lugar no queda muy lejos de la zona en la que habitan Luz y sus hijos. Sin embargo, si bien se evidencia todavía la convivencia con la pobreza, las condiciones son muy diferentes a las que afrontan los primeros. En esta zona, las cosas comenzaron a mejorar un poco desde hace un par de años. Natividad Hermosilla, una de las pobladoras del asentamiento, fue una de las primeras en ser beneficiadas con una casa de emergencia de Techo, allá por el 2010.

Al notar que la necesidad que la rodeaba no solo la golpeaba a ella sino que a mucha gente más, decidió comenzar a trabajar con la organización y junto a unos vecinos consiguieron organizar a la comunidad. Exponiéndose al peligro, la gente vivía en precarias casitas bajo los cables de alta tensión del tendido eléctrico, lo que les valió para ganarse el mote de “los alta tensión”.

“Sabiendo que no era un lugar digno para ellos ni para sus hijos, se decidió organizar una comisión de vecinos para luchar por un espacio digno para las viviendas”, recuerda Luz. Se consiguió involucrar a varios entes y finalmente, se logró la adjudicación de terrenos para los residentes. Hoy, unas 120 familias viven en el asentamiento.

Pero el problema de acceso a una vivienda propia y en condiciones dignas no afecta única y exclusivamente a los sectores más pobres. Sino que, en palabras de la titular de la Senavitat, Soledad Núñez, en el mercado no existen condiciones suficientes como para que la clase media pueda acceder a una vivienda. “Realmente la deuda histórica que tiene el país es impresionante en términos de construcción de vivienda”, señala la titular de la secretaría estatal que es la rectora de las políticas habitacionales en Paraguay, quien además reconoce la necesidad de que esta institución evalúe las condiciones de cada sector y a partir de ahí establecer alternativas que mejoren esta situación.

Núñez llegó al cargo que actualmente ostenta en octubre de 2014. Su nombramiento generó gran expectativa, atendiendo a que durante años se desempeñó en la organización Techo, trabajando por dar soluciones paliativas a miles de familias, por lo tanto era una conocedora de la situación. Relata que cuando llegó, se encontró con una institución que entregaba de 1.700 a 2.000 viviendas por año. “Eso es casi inaceptable para un país como el nuestro”, reconoce y señala que se deberían construir anualmente al menos 40.000 viviendas. Este año, se espera que la Senavitat construya 10.000 o 12.000 viviendas.

“Habíamos anunciado un par de meses atrás la culminación de 4.000 viviendas en junio. Duplica la cifra histórica que ha entregado la institución. Es muy importante porque es un salto cualitativo importante”, asevera. “Hay una fuerte inversión en zonas rurales que no se ha hecho antes y comienza a dinamizar microeconomías”, acota. “La vivienda tiene un impacto no solamente social. No es solamente lo que significa un techo más digno para una familia sino que tiene un impacto también en la economía”, puntualiza.

Mientras el drama de la crisis habitacional crece, obras que deberían haber sido hace décadas respuestas a la falta de posibilidades para acceder a una vivienda propia duermen el sueño profundo de la corrupción. El caso más emblemático en este sentido es, sin lugar a dudas, el complejo habitacional construido a medias en Mariano Roque Alonso y que debía haber beneficiado a miles hace ya más de 20 años.

El complejo, un predio de 23 hectáreas ubicado sobre la Ruta Transchaco, en la zona de Mariano Roque Alonso, se comenzó a construir en la primera mitad de la década de los ’90, financiado con un préstamo de alrededor de G. 26.000 millones. Su construcción abrió una ventana de esperanza importante para los asegurados del Instituto de Previsión Social (IPS) que no contaban con alternativas para acceder a la vivienda propia.

En el lugar se proyectaba la construcción de 3.355 departamentos.

Sin embargo, la quiebra del Banco Nacional de Trabajadores (BNT) y una serie de eventos posteriores terminaron dejando la obra a mitad de camino. El paso de los años se nota en el predio, donde los matorrales han crecido que cubren hasta casi dos pisos de los edificios que muchas veces sirven de aguantadero. Grafitis en las paredes rotas y restos de cigarrillos y botellas de cerveza, dan cuenta de que el lugar es visitado habitualmente por extraños.

“La reactivación del complejo Mariano Roque Alonso es prioridad”, asegura Núñez para luego agregar que se está en la recta final para efectuar la compra de una porción de 17.8 hectáreas del complejo por parte de la Senavitat. La secretaría estatal había realizado una oferta que rondaba los G. 40.000 millones al IPS para la compra de la fracción posterior ya que la fracción que está ubicada sobre la Transchaco es, por su naturaleza y ubicación, altamente comercial y adquirir un suelo tan cotizado para la construcción de viviendas no parecía muy acertado.

Si bien serán los especialistas lo que determinen el número final de soluciones habitacionales que se puedan dar en el lugar, Soledad Núñez estima que unas 2.000 o 2.500 familias de la clase media se podrían ver beneficiadas con la finalización del complejo.


“Es importante que el complejo se conecte a la ciudad, que sea algo bueno lo que construyamos y que no estemos improvisando nada, que es lo más importante”, explica. Ciudades como Asunción y el área metropolitana o Ciudad del Este y su periferia deben comenzar a densificarse para que los servicios básicos mejoren.

De acuerdo a Núñez, la finalización del complejo, que estará enfocado a sectores medios, tendrá también un impacto directo en la creación de empleos para los sectores más vulnerables. El objetivo es establecer cuotas accesibles que ronden los G. 1.200.000 o G. 1.500.000.

El proceso que se debe realizar en el lugar será determinado por el proyecto ejecutivo en el que se establecerán cuáles de los bloques ya construidos se podrán reutilizar y cuáles no. De hecho, con apoyo de la Itaipú Binacional, ya se realizó un estudio patológico de la estructura que arrojó que algunas de las estructuras no se han debilitado, a pesar del paso del tiempo.

“Hay algunas zonas que si van a requerir refuerzos. Las escaleras por ejemplo necesitan un refuerzo, eso es categórico”, puntualiza.

¿Y los sectores más pobres? “Los sectores vulnerables siempre van a ser nuestra prioridad porque son los más desprotegidos. Estamos articulando acciones con otros ministerios de manera tal que no sea solamente la casa porque si no sería un cascarón vacío”, sentencia Núñez.

La crisis habitacional es una realidad con la que deben convivir a diario miles de paraguayos y a la que el Estado le ha dado la espalda por demasiado tiempo. No se trata de la simple construcción de viviendas sino de establecer programas integrales para responder a la situación de familias que conviven con la cara más dura de la pobreza y la falta de oportunidades.

Si no se toman acciones serias pronto, la situación podría ir empeorando aún más.

juan.lezcano@abc.com.py - @juankilezcano

Fotos: Gentileza, Paty Galeano

Infografía: Rodrigo Pujol (rodrigo.vergara@abc.com.py - @PujolRodrigo)

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