Una carcajada para la vida

Una mujer de 84 años demuestra su tenacidad y dedicación como vendedora de chicles en un cruce de Asunción. Exalta el trabajo y dice que sin éste se aburre. Esta es su historia.

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En la esquina del cruce entre la avenida Estados Unidos y la calle Félix de Azara de Asunción hay semáforos viejísimos. También hay un local en donde se reparan bicicletas, dos puestos de venta de remedios yuyos, una tienda en donde se venden peluches, una óptica, una despensa y Gabriela Dávalos.

Gabriela Dávalos tiene la piel curtida, las arrugas en el rostro marcadas por el tiempo, un gorro con los colores blanco y negro. En sus manos tiene una caja de chicles de menta, que tienen envoltorios de color amarillo, y los de mentol, de color azul. Tiene también 84 años; los cumplió el pasado 18 de marzo.

Gabriela Dávalos no tiene dientes pero sí una sonrisa hermosa, que reconforta hasta el corazón más duro. Ciertamente, tampoco tiene dinero. Todos los días, siempre que no llueva, va al cruce entre Estados Unidos y Azara para vender sus productos a los conductores que se detienen en este cruce tan transitado. Bocinazos, el chirrido de unas ruedas, los gritos estentóreos marcan la escena de un paisaje que parece demasiado normal, pero en donde la figura de abuela cariñosa de doña Gabriela resalta por sobre las demás.

- ¿Venís todos los días?

“Si no vengo acá, me muero. Me aburro demasiado en casa. Soy de Piquete Cué, en Limpio. Todos los días vengo cerca de las ocho de la mañana por ahí y ya me voy al mediodía para cuidarle a mi hija”.

- ¿Qué le pasó a tu hija, señora?

“No puede caminar. Por la mañana trabajo yo. Yo vivo en su casa y la de su marido, que por la tarde, cuando yo llego, sale a ‘rebuscarse’ por algún trabajo. Así subsistimos”, dice doña Gabriela en guaraní. A veces se ríe y en otros momentos de la entrevista, lágrimas parecen emerger de sus ojos verdes.

Es 14 de mayo y está por ser el Día de la Madre. Doña Gabriela tiene una hija de 55 años que no puede festejarle su día porque sufrió un derrame cerebral “hace seis o siete años” que le impide caminar y que le dejó secuelas irreversibles. Su hija, que no tiene hijos, se llama María Marta Méndez Dávalos. Doña Gabriela, la abuela de la esquina que vende chicles, irónicamente no tiene nietos.

“Yo soy viuda de Méndez. Mi marido murió hace mucho. Ellos (su hija y su yerno) ya no quieren que trabaje pero yo no me ‘hallo’ en mi casa. Siempre trabajé y… si estoy sin hacer nada no me alegro. Yo quiero trabajar, quiero ganar dinero para mí, para guardar yo”.

¿Y cuánto dinero puede ganar doña Gabriela con cada caja de chicles que vende? Una caja grande, cuenta, le cuesta G. 15.000 y vende –si la vende completa– por G. 30.000. Es decir, se queda, generalmente cada día, con una ganancia de solo G. 15.000. “Yo ayudo en mi casa, le ayudo a mi hija por la tarde, pero quiero tener una platita que me sirva para mi cigarro por lo menos”, dice doña Gabriela riendo desde lo más profundo de su alma.

La abuelita dice que nació en Santa Elena, en Cordillera, a pesar de que hace rato ya no va por ahí porque sus padres murieron hace mucho tiempo. Insistió diciendo que es feliz trabajando y dijo: “Javy’a ko ñamba’aporo (somos felices cuando trabajamos). Los jóvenes de ahora no quieren más trabajar. Por eso me pone feliz no haber tenido muchos hijos; imaginate si estaban por allí sin tener qué comer”, reflexiona.

- ¿Y de qué club sos doña Gabriela?

La mujer apunta el dedo hacia arriba y muestra su gorro. "Olimpia toda la vida, mi hijo".

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