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Corren tiempos de pragmatismo, avances tecnológicos más rápidos que un pestañeo y dumping comercial. ¿Para qué reparar una sandalia sin suela si sale más barato comprarse otro par? ¿Quién usa todavía máquina de escribir? ¿Quién quiere un reloj si el celular y las múltiples pantallas del auto, la computadora, la tv muestran la hora?
Resulta que no todo el mundo se hace estas mismas preguntas. Y gracias a ello hay oficios que sobreviven y quienes los ejercen aseguran que aún tienen para rato.
Por ejemplo, Juan Pablo Bonzi, el “zapatero salvatore” que trabaja en su pequeña casilla en el barrio Villa Morra, contó a ABC TV cómo se inició en este oficio que, aparentemente, se va perdiendo, aunque él asegura que siempre tendrá clientes.
Recordó que cuando volví de Itaipú (trabajó allí durante la construcción de la represa), lo poco de efectivo que trajo se le terminó en dos meses. “Nunca pensé en invertirlo en algo, comprando un terreno. Cuando uno es joven le pasa eso”, rememoró.
Añadió que su padre tenía unas herramientas de zapatería “tiradas por ahí”, y le pedió que se las diera. “Comencé a hacer trabajos (composturas) a domicilio, y hasta ahora llevo 35 años”, dijo.
Añadió que gracias a este oficio conoció a la que después se convertiría en su esposa, que le dio nada menos que cinco hijos. “Nos instalamos en Luque donde nos hicimos de una casa, siempre con este trabajito”, expresó con cierto orgullo.
Hace dos meses se instaló en las intersecciones de Legión Civil Extrajera y Campos Cervera, luego de estar más de 15 años en McArtur y Eulogio Estigarribia, del mismo barrio. Juan Pablo asegura que siempre tendrá clientes, porque no hay zapateros ni gente que remiende calzados.
Otro caso curioso es el de Armando Balladares, un reparador de relojes muy antiguos, que hace 35 años trabaja en su local en la calle Presidente Franco casi Colón, y entre sus especialidades está el reparar los relojes de colección.
Armando estudio docencia en relojería en la Argentina y vino a Paraguay para enseñar. Hoy representa varias marcas y cuenta con una cartera de clientes fiel. Señala que la calidad es lo que le mantiene en el mercado.
“Lamentablemente el mundo ha evolucionado y actualmente carece de estos oficios de mandos medios, razón por la cual el relojero está en extinción, lo que ha hecho que países como Suiza y otros estén preocupados”, dijo.
Cuenta que su pasión por los relojes comenzó cuando por accidente descompuso uno que le prestaron cuando era pequeño. Hoy sus hijos siguen sus pasos.
Por su parte, Karin Mazó repara máquinas de escribir mecánicas, cuyo proceso generalmente es complicado, debido a que el mecanismo exige mucha precisión para el buen funcionamiento.
Comenta que generalmente le lleva dos días reparar una máquina, pero el proceso requiere de mucha paciencia, porque es mecánico y tiene su punto de calibración. Dice que los requerimientos más comunes son soldaduras y calibración, que se realiza de manera puntillosa para no afectar la originalidad de la máquina.
Para Karín este tipo las máquinas de escribir “no son anacrónicas” en esta sociedad 2.0, ya que contrariamente a los que afirman que han desaparecido, él sostiene que “nunca se fueron”, y que la demanda de asistencia ténica “es alta”, debido a que se habilitaron los registros de los escribanos, por ejemplo.
El taller cuenta con repuestos para las máquinas, pero en el caso de las más antiguas recurre a la adaptación. Funciona hace 50 años, pero hace tres atiende en su nuevo local de Eduardo Víctor Haedo entre 14 de Mayo y 15 de Agosto, y además de reparar máquinas de escribir, también las vende.
Finalmente, Catalina es una empresaria que repara máquinas de coser desde hace 42 años. A pesar de que para muchos estos artefactos son una reliquia, para muchos otros son elementos fundamentales para sustentar un hogar. Y, a pesar del paso del tiempo y del avance de la tecnología, según Catalina, sigue siendo “un negocio” repararlas y dejarlas listas para el trabajo de la confección.
Catalina asegura, además, que la industria de la confección va en aumento en nuestro país y que el trabajo de las modistas está en auge. “Aquí hay máquinas de 70 y 80 años de antigüedad y siguen funcionando”, destaca.
La empresa recibe mensualmente más de 300 máquinas para reparación, y muchos clientes son mujeres de la tercera edad jubiladas que encuentran una “positiva manera” de distraerse en la labor de la confección.