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Mientras las instituciones convocaban a los niños para el tradicional festejo, Eduardo y Nelson realizaban el esfuerzo de sumar monedas para el sustento diario de sus familias. El día especial transcurrió sin variaciones para estos pequeños luchadores de la calle.
Como gran parte de las familias paraguayas que sufren esta realidad, los mismos no cuentan con la figura paternal que les respalde. Los primos Vallejos, viven con sus madres y la abuela en una muy precaria vivienda construida con paredes de carpas y techo de zinc, en el barrio San Lorenzo de esta ciudad.
Las madres también son vendedoras, dedicándose las mismas a ofrecer yuyos y frutas, para sumar los guaraníes que requieren para alimentarse. Con la picardía propia de los niños de esta edad, comentan que cuando sean grandes le gustaría ser toreros y músicos, atraídos quizá por los aplausos que reciben los acróbatas del Torín y los conjuntos que son protagonistas de las fiestas populares de los barrios pilarenses.
La necesidad de trabajar, el escaso tiempo disponible para dedicarse a su formación ha hecho que estos niños hayan abandonado sus estudios. En un intento por otorgarles otra oportunidad, la escuela Defensores del Chaco, ha habilitado cursos especiales de nivelación de aprendizajes para niños con sobre edad.
Dentro de este esquema, Eduardo Javier y Nelson Ramón, tienen horarios flexibles, acudiendo a las aulas tras cumplir sus tareas laborales, intentando completar su educación, a pesar del cansancio y el limitado tiempo disponible. Ambos niños no se quejan del trato de los adultos.
Señalan que la mayoría respeta el trabajo que realizan, para ayudar a sus familias. Dijeron que la tarea les permite sumar diariamente de 5 a 10 mil guaraníes para la compra de los artículos de primera necesidad. En esta actividad, son ayudados por su abuela, quien también se dedica a las ventas.
A pesar de tener la responsabilidad de un adulto, no pierden su inocencia y su franqueza infantil cuando reconocen que lo más atractivo de la escuela son el recreo y la merienda que se ofrece en la institución. Las dificultades que marcan la vida de estos pequeños no les impiden vivir felices y conservar la ilusión de tener una vida más digna para ellos y los familiares que los acompañan.
Además de la necesidad de promover la paternidad responsable, el Estado debería extremar recursos para mejorar las condiciones de vida y las posibilidades de capacitar a los niños de la calle. De lo contrario librados a su suerte, se convierten en un caldo de cultivo para la delincuencia y la inseguridad de las futuras generaciones.