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El número de personas sumidas en la extrema pobreza en la zona aumentó en los últimos años y, consecuentemente, también creció la cantidad de pobladores que realizan el arduo y penoso trabajo de recolección y venta de latitas vacías.
Solo tres años atrás, unas pocas personas adquirían las latas de aluminio de quienes las recolectaban, pero en la actualidad en varios barrios se observan patios de casas en las que se acumulan los envases de metal, que son enviados al Brasil o Asunción para el reciclaje.
Amado Scarpellini dijo que compran las latas a cinco mil guaraníes e indicó que los recolectores traen a su casa entre diez y doce kilos para las ventas, por las cuales se les pagan 60.000 guaraníes aproximadamente.
Explicó que para generar más ingresos económicos, los vendedores aprietan las latitas, que, al ser prensadas, quedan planas, de forma que ocupen menos espacio en las bolsas y se pueda traer en mayor cantidad.
El acopiador sostuvo que más de cien personas se dedican a esta labor y logran sacar unos G. 300.000 semanales para atender las necesidades de sus familias. Scarpellini señaló que los recolectores recorren la ciudad pasando frente a las bodegas, bares o restaurantes para encontrar las latitas, que abundan los fines de semana y en los días de fiestas.
Señaló que con las adquisiciones y la reventa que él realiza a los que compran a gran escala en la capital del país, también logra buenos ingresos. Por su parte, los ambientalistas lamentan el crecimiento de la pobreza, pero señalan que no hay mal que por bien no venga, debido a que si no existiera ese negocio, la ciudad hubiera estado colmada de latitas, que pueden ser criaderos del mosquito Aedes aegipty, vector del dengue, el zika y la chinkunguña.
En ese sentido, manifestaron que la recolección y la venta contribuye a eliminar los criaderos, reducir el índice de infestación y la cantidad de pacientes afectados del citado mal.