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"No me creo famosa", dice Mendieta entre risas y hasta asombrada porque la gente admire su forma de trabajar.
Doña Norma es oriunda de este distrito. Vive en el mismo barrio en que nació y se crió con sus siete hermanas, muy cerca de la casa de su madre (75), a quien cuida.
"Hace unos 10 años pudimos comprarnos este lugar donde construimos nuestra casita, con mucho trabajo", dice Norma.
"En realidad me sorprende que a la gente le llame la atención mi trabajo; como muchísima otra gente, yo trabajo todos los días, haga frío o calor, llueva o no. Todos los días salgo con alegría y espíritu positivo a trabajar. Tal vez esa sea la diferencia, que yo encaro mi trabajo con alegría y optimismo", reflexiona, mientras se toma una pausa para tomar tereré y comentar sobre su actividad.
Norma es madre de tres hijos: Leticia Belén (24), estudiante de Agronomía; Iván (22) y Guillermo (20).
"Guillermo es mi ayudante, él me ayuda a preparar las comidas y a veces hace entrega de pedidos, porque tengo muchísimos clientes y a veces no doy abasto", comenta.
Su especialidad es la venta de milanesas y empanadas, platos de los cuales los preferidos de sus clientes son las milanesas de mondongo.
Algunos clientes prefieren comprar la comida preparada pero para cocinarla en sus casas, por lo que la vendedora también toma pedidos de milanesas crudas.
"Un día mi hijo me dice que quería trabajar para pagar sus estudios, entonces le dije que acá tengo mucho trabajo y que puede ayudarme; desde entonces es mi ayudante y con ese trabajo tiene sus propios ingresos", refirió.
Norma relata que trabaja desde muy pequeña porque viene de una familia muy pobre.
"Somos ocho hermanas, mi madre nos crió a todas siendo madre soltera porque un día mi papá nos abandonó y nunca más supimos de él. Entonces desde muy chicos tuvimos que colaborar para mantener la casa", señaló.
Recordó que su primer trabajo fue a los 7 años como lavadora de cubiertos en la casa de una vecina.
"Recuerdo que le había dicho a la señora que le podía lavar los cubiertos todos los días y que me pagara algo. Aceptó y ese fue mi primer trabajo, ganando G. 150 por mes y, como toda criatura, gastaba casi todo en golosinas", recuerda entre risas.
Cuando creció, Norma trabajó en la chacra en tareas de cosecha de soja y tung. En esa época, la soja se cosechaba con machete, recuerda.
También trabajó como empleada doméstica en varios lugares, entre ellos la casa de Lauro Becker, exintendente de Obligado, y durante cinco años trabajó como “pasera” en el puente internacional “San Roque González de Santa Cruz”.
Todos los días viajaba más de 50 kilómetros desde Obligado hasta Posadas, en ómnibus, llevando y trayendo mercaderías de todo tipo.
"Un día se me ocurrió llevar comida hecha hasta las cercanías del local del Banco Itapúa (en el distrito vecino de Hohenau), donde estaba la distribuidora Hepp, que eran lugares de mucho movimiento de personas", recuerda. "El éxito fue total, enseguida establecí una cartera de clientes que ya me esperaban todos los días. Fue entonces que una hermana me regala una carretilla y una conservadora, porque cada vez tenía que llevar más comida".
"Yo soy una persona muy dinámica y, aprovechando ese trayecto que debo hacer todos los días (alrededor de cinco kilómetros), fui ampliando mi oferta y decidí incluir la venta de achuras, sobre pedido", agrega. "Entonces, mientras hago mis ventas ya estoy tomando los pedidos, y al día siguiente hago la entrega. Me va bien, con este trabajo logramos terminar nuestra casita y hacer estudiar a mis tres hijos", sostiene.
Aclaró que la tarea no realiza sola, sino que tiene a su compañero de toda la vida, padre de sus tres hijos, que le ayuda en la crianza.
"Mi caso no es el de muchas madres solteras que tienen que trabajar solas para criar a sus hijos. Mi compañero, quien tiene un bar y comedor, estuvo siempre conmigo. Trabajo porque es necesario y porque no soy de esas personas que prefieren esperar a que alguien les ayude", señaló.