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Sus pasos circulares en el barro demarcados por las sogas y su esfuerzo dan movimiento al enorme y rústico trapiche en el que va pasando la caña de azúcar para expulsar el delicioso mosto.
El vacuno responde ahora sólo a las órdenes de doña Anacleta Arzamendia (72), su única ama, pues hace un año y seis meses falleció don Ambrosio Montiel, quien había iniciado esta pequeña “industria” casera que refrescaba a los peregrinos cada festividad de diciembre.
Doña Anacleta es ayudada por su hijo José Tomás, el pahagüé y único soltero. Los demás ya se casaron y formaron familia pero él todavía ayuda a su madre en la tarea que iniciaron sus padres.
“Ahora hago mosto todo el año y vendo entre diez a veinte litros al día”, dice la mujer mientras presiona las varillas de caña hacia el vetusto trapiche para extraer el zumo.
Cuenta que la caña de azúcar debió comprar esta vez de Arroyos y Esteros, pues la producción que tiene en su pequeña propiedad de Pedrozo se ha malogrado este año a raiz de las heladas: “Cuando se quema la caña dulce por el frío y vuelve a brotar, el mosto que sale ya no es dulce”.
Dése una vuelta hacia la parte posterior de Curuzú Peregrino para saborear el mosto recién salido del sacrificio de esta humilde familia.