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Sigue allí viendo el transcurrir del tiempo como testigo mudo del devenir asunceno y paraguayo, y hasta recibió impactos de bala en las revoluciones. También se cuenta que fue adquirida con el conjunto de estatuas para el Paseo del Centenario.
¿Por qué la escultura de un perro decora una plaza de Asunción? Es una pregunta que tal vez muchos se hayan hecho al ver al “fiel amigo del hombre” entre las deidades griegas de las Cuatro Estaciones en la Plaza de la Constitución o de la Independencia Nacional, frente a la Catedral.
El Dr. Alejandro Encina Marín identifica en esa escultura un “barcino colí”, el clásico perro paraguayo, que quizás fue inmortalizado por un intendente observador de su época. Incluso, Emiliano R. Fernández le ha dedicado una canción (Arribeño purahéi) que finaliza con la frase “jha jhi’ariete barcino coli che racjhú yepe (Y sobre todo, el barcino colí ya me quiso antes)”.
Encina Marín comenta que el perro “incluso tiene las huellas de balas que le impactaron durante el golpe del 3 de febrero de 1989 cuando tropas de la Marina vinieron por la costa del río y la Bahía y salieron frente al Cuartel de Policía exigiendo la rendición del jefe de Policía Alcibiades Brítez Borges. Pero también esas huellas podrían ser anteriores y corresponderían a una tentativa de golpe del 26 de octubre de 1948, contra Natalicio González. En esa ocasión también se levantaron las tropas del Colegio Militar contra el Cuartel de Policía. Difícilmente podrían ser consideradas de la Revolución de 1947 porque en esa ocasión la institución policial no fue atacada”, refiere.
El perro de la plaza trae gratos recuerdos a muchos asuncenos que se recostaban contra la escultura para escuchar las famosas retretas de la Banda de la Policía de la Capital donde antaño se formaron los más grandes músicos paraguayos con interpretaciones clásicas y folclóricas.
Sobre la fecha exacta de colocación, hay disparidades. Para el Arq. Jorge Rubiani, el paseo de las esculturas donde está el perro fue muy posterior al Centenario de la Independencia y quizás tenga mucho más que ver con el cuarto centenario de la fundación de Asunción en 1937, de cuando también data el paseo costanero de los bajos del Cabildo. De hecho, no figuraban aún en la Guía de Turismo de Arturo Bordón en 1932.
Estas esculturas intentaron impregnar del naturalismo en boga en esa época a la céntrica plaza. “Representarían una fauna urbana frecuente en su época, por eso incorpora ranas o sapos y perros, que durante mucho tiempo fueron como un castigo para Asunción”.
También atribuye a que quizás la incorporación de la estatua de un perro y una rana en un espacio público no generarían tanta discrepancia militante o irreflexiva como otras esculturas que se adoptaron para Asunción por la misma época. Por ejemplo, las esculturas de la Plaza Uruguaya que habían sido traídas por el intendente Albino Mernes (1917-1920) fueron calificadas de impúdicas por las monjas de La Providencia dada la poca ropa que las cubrían y parte de la anatomía que mostraban.
Rubiani también hace notar que los intendentes que tuvo Asunción en las primeras décadas del siglo XX eran todos egresados de Europa con altísima formación y con un conocimiento muy avanzado de la estética urbana, que se reflejaba en las obras que fueron incorporando luego en la ciudad.
Según el Arq. Eduardo Alfaro, nieto del intendente Miguel Ángel Alfaro (1924-1927), la idea de utilizar esculturas de animales y deidades viene de la antigua Grecia y Roma. Incluso, antes en Egipto ya se utilizaban bastante, pues los faraones tenían sus perros.
¿Por qué el perro? Pues siempre ha sido un animal muy importante en la vida de los hombres y además los intendentes-urbanistas de la época respondían a la escuela clásica del culto a la naturaleza.
La escultura sigue en medio de la floresta de la plaza, hoy bastante degradada. Es un Paseo exquisito que necesita recuperación y valoración.
Luis Verón cuenta que las estatuas de la Plaza Constitución fueron adquiridas por la Municipalidad de Asunción para el “Paseo del Centenario”, que finalmente no pudo concretarse para 1911. Habría correspondido su adquisición al intendente Eduardo Schaerer (1908-1911), luego presidente de la República (1912-1916).
Las estatuas fabricadas en serie y ofertadas en catálogos fueron compradas por intermedio de la Casa “Lapierre y Cía.” de la Societé Anonyme des Hautes-Fourneaux et Fonderies de Val D’Osne, barrio Voltaire de París (Francia). El conjunto escultórico se compone de deidades de inspiración grecorromana (Primavera, Verano, Otoño e Invierno) y animales: sapo, ganso, perro y pantera (robada).