Cuchillos requisados en cárceles van a un museo

Novecientos rudimentarios cuchillos requisados en las violentas cárceles paraguayas son exhibidos ahora como piezas de museo en el centro de Asunción, en una muestra promovida por el artista Osvaldo Salerno y titulada “Takumbú”.

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Las armas recuerdan vagamente a los puñales de la prehistórica Edad de los Metales, hechas a mano en la clandestinidad, con mangos de pedazos de plástico derretidos, y filos de metal oxidado arrebatados a las rejas tras las que viven los presos de la cárcel de Tacumbú, el mayor penal de Paraguay, ubicado en Asunción.

Los cuchillos fueron encontrados en esta prisión junto a otros objetos prohibidos, como drogas o teléfonos celulares, durante las revisiones rutinarias a los internos por los agentes policiales.

Unos 900 cuchillos quedaron olvidados durante años en una bóveda de seguridad del Poder Judicial paraguayo, fabricados por personas que quizá ya habían sido puestas en libertad.

Hasta que en 2013, el artista paraguayo Osvaldo Salerno, que trabajaba por entonces en el Archivo del Terror del Museo de la Justicia de Paraguay, descubrió la fuerza de las historias que guardaban.

“Me encontré con 900 cuchillos que habían sido requisados en la cárcel de Tacumbú, pero que ya habían fenecido como pruebas. Me di cuenta de su energía estética, de que podían ser objetos de arte, y pedí los permisos correspondientes para rescatarlos”, relató Salerno a Efe.

Navajas, machetes y puñales saltaron así del ambiente hostil del penal de Tacumbú y del abandono en un depósito judicial al cuidado de un museo del centro de Asunción, donde aparecen colgados sobre paños de terciopelo negro y resguardados tras vitrinas, como si se tratara de joyas dotadas de un lujo oculto.

El artista reparó en estos objetos no tanto por la habilidad de la talla o los detalles que reflejaban la identidad de cada recluso, sino por su carácter de “armas blancas, que se vuelven armas negras, clandestinas”, construidas a escondidas y que, pese a estar prohibidas, obran en poder de cada recluso.

Los cuchillos, según Salerno, representan la violencia que pervive en los centros penitenciarios paraguayos, caracterizados por la sobrepoblación y el hacinamiento.

De hecho, la cárcel de Tacumbú tiene una capacidad para 1.655 inquilinos, pero está ocupada por 3.980 presos, según datos del estatal Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura, un hecho que, según Salerno, “ ya genera de por sí un clima violento ” .

Pero más allá de las cárceles, el hallazgo de los cuchillos llevó a Salerno, junto al curador de la muestra “Takumbú”, el argentino Roberto Amigo, a una investigación que arrojó un dato llamativo: los cuchillos eran tan preciados en el Paraguay bajo el dominio colonial español, que se emplearon durante años como monedas de cambio.

Dos gallinas caseras equivalían en esa época a tres cuchillos de marca, mientras que ocho huevos se podían intercambiar por un cuchillo, el mismo valor que tenían en el mercado dos libras de pescado de red, según un documento de 1544 en el que el Cabildo de Asunción fijaba los precios de algunos alimentos.

“En Paraguay, a diferencia de lo que ocurría en países como Bolivia, México o Colombia, no existían yacimientos de metales, por lo que su valor era tan alto que los cuchillos servían de monedas de cambio”, dijo Salerno.

Ese valor tradicional quedó impregnado en la cultura popular paraguaya, donde todavía hoy el cuchillo representa una suerte de ritual iniciático en el imaginario de las áreas rurales.

En estas zonas, el paso de la adolescencia a la edad adulta en los varones lo señalaba el fin del servicio militar obligatorio, tras el cual el joven regresaba a la casa familiar y recibía de otro hombre un regalo para que le acompañara en su nueva etapa vital: un cuchillo.

“Según la tradición, el cuchillo solo podía servir para cortar carne o cuero, o para defenderse del enemigo, y cuando se manchara de sangre solo podría ser limpiado con un trapo de lienzo, o bien en la cabellera de la víctima”, contó Salerno.

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