La llamada “huerta piloto” de este plan, ubicada en Lambaré, en Gran Asunción, acogió este fin de semana a un grupo de personas que, con palas y regaderas, depositaron pequeños plantines de acelgas y lechugas en un terreno vacío cedido por vecinos.
El proyecto busca “compartir una experiencia colectiva de producción de alimentos en ámbitos urbanos”, utilizando la “gran cantidad de terrenos desaprovechados en la ciudad de Asunción”, explicó a Efe Soledad Martínez, ingeniera agrónoma que trabaja en la asociación Karu Mbegue, la rama paraguaya de la organización internacional Slow Food, impulsora de la iniciativa.
Asunción, declarada en 2014 Capital Verde de Iberoamérica, cuenta con numerosos espacios vacíos en su casco urbano, algunos de los cuales son fuentes de problemas sanitarios, como la acumulación de basuras que atraen a mosquitos vectores de enfermedades como el dengue o la chikunguña, refirió Martínez. Además de limpiar y dar vida a estos espacios, la organización busca “acercar a la gente al origen del alimento, para que entre en contacto con la tierra y valore el trabajo de los campesinos, como forma de tomar decisiones conscientes como consumidores”, afirmó.
Según Martínez, el cambio climático genera “irregularidades” en los ciclos de producción agrícola, lo que provoca mayores dificultades e incertidumbre en el trabajo de los campesinos. A este problema se suma en Paraguay el “insuficiente apoyo estatal” a los trabajadores rurales, así como “el avance del cultivo de soja y otros monocultivos que expulsan a las comunidades indígenas de sus territorios ancestrales y agravan la desigualdad en el reparto de las tierras de los campesinos”, indicó Martínez.
De hecho, según la ONG Oxfam, Paraguay es uno de los países con mayor concentración de tierras del mundo, donde menos del 3 % de la población es dueña de cerca del 85% de la tierra. Pese a estas dificultades, la agrónoma detalló que cerca de un 40% de los alimentos que llegan a Asunción provienen de la agricultura familiar. Es este tipo de producción a pequeña escala, con métodos tradicionales, el que se intenta replicar en las huertas urbanas.
Para ello, los agricultores de ciudad, la mayoría de ellos aún novatos, recurren a la producción ecológica y renuncian al uso de agroquímicos, que provocan grave contaminación ambiental y daños a la salud de las personas, como contó a Efe Guillermo Blanco, de la ONG Decidamos, otra de las responsables del proyecto. Se trata así de aprovechar los conocimientos arraigados en los campesinos del interior de Paraguay, muchos de los cuales han tenido que migrar a la ciudad por la presión sobre sus tierras de las grandes corporaciones agrícolas, y se han instalado en zonas del cinturón de pobreza de Asunción, conocidas como Bañados.
“Tratamos de implicar a los campesinos desplazados a la ciudad para emplear sus experiencias en la producción de alimentos sanos, que puedan servirles para sustentarse. Estamos esperando a que baje el nivel del río para instalar huertas urbanas en los Bañados, que ahora están inundados”, adelantó Blanco. Además, se prevé que las huertas urbanas de Asunción se conviertan en reservas donde se preserven las semillas nativas de productos como el maíz, base de la alimentación paraguaya.
Estas semillas han sido custodiadas durante generaciones a lo largo de sus 8.000 años de historia, pero hoy se encuentran amenazadas por las variedades transgénicas introducidas en Paraguay por multinacionales agrícolas, advirtió Martínez. “Los indígenas y campesinos tradicionales tienen toda una ceremonia de siembra del maíz, una manera especial de preparar a la simiente y a la tierra para iniciar la cosecha. Es un ritual que queremos rescatar y trasladar a Asunción”, contó la agrónoma.
Así, las raíces agrícolas de Paraguay se van abriendo paso entre los resquicios salpicados de verde de Asunción, donde, a medida que crecen las hierbas, se intenta que germine además una “conciencia colectiva” sobre el valor del trabajo de la tierra.