Asunción, ciudad sitiada

En Azara y Brasil un agente de tránsito extiende los brazos con las palmas al cielo. Un automovilista interpreta que le está dando paso. No entiende que está respondiendo al coro de bocinazos de varias cuadras de largo con un “qué querés que haga".

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El chofer trata de avanzar, pero termina recibiendo una reprimenda. Parece una comedia de enredos, pero es el segundo día de la marcha convocada por la Coordinadora Nacional Intersectorial para exigir la refinanciación y condonación de deudas de los campesinos.

Los nervios en las calles del centro están a flor de piel. En cada cuadra se percibe que una mínima chispa puede causar una explosión. La gente toca la bocina, se insulta. Algunos abren la puerta de sus vehículos y se apoyan en el canto para tratar de ver hasta dónde llega la cola. Buscan calles alternativas, pero no existen, todas están abarrotadas. Los colectivos se desvían de sus itinerarios, pero las calles que encuentran están igual o peor que la original.

Solo los primeros de la fila saben cuál es el motivo de semejante maraña. El resto, el inmenso resto, lo ignora absolutamente; se limita a sufrir las consecuencias. Y el motivo, a esa hora es que en la calle México en buena parte de su extensión, sentados y algunos hasta acostados, los manifestantes impiden que la gente entre o salga del centro. Los primeros de la fila llevan media hora en el lugar. Se los ve mandando mensajes y hablando por teléfono. Se escuchan retazos de conversaciones como discos rayados que repiten: estoy atascado, llego tarde, no sé qué pasa, voy a ver cómo hago.

Nadie puede pasar. Ni siquiera los motociclistas, que podrían hacerlo, porque el espacio físico lo permite. Curiosamente, no se lo impide una barrera física, apenas unas miradas amenazadoras de manifestantes con porras en la mano. Nadie dijo: “al que intenta pasar lo garroteamos”. No hace falta que lo digan, todos lo entienden perfectamente.

Por la radio, el comisario Luis Cantero, jefe de Orden y Seguridad repite que no se va a permitir que se impida el tránsito de las personas y argumenta que “los palos” son un símbolo campesino. Un símbolo contundente. Es como escuchar la banda sonora de una película y ver otra.

La gente se baja de los colectivos. Muchos estarán pensando en que su jefe no le va a creer que llegó tarde porque unos hombres con palos le impedían cruzar la calle y calculando el descuento que van a tener sus sueldos. Resignados, comienzan a caminar, porque no saben cuánto puede durar el cierre. Otros buscan dónde dejar sus motos. Los que están en autos no tiene salida y no les resta más que esperar. Los sitiadores dejan pasar a los peatones, mascullando palabras ininteligibles que suenan a amenaza. Pero al menos los dejan.

De repente llega a la barrera un ciclista y los de los garrotes se miran entre sí, como tratando de decidir si califica para atravesar el filtro. Y ese lapso es aprovechado por el de la bici, que pedalea por su vida antes de que los otros puedan reaccionar.

Así está el centro de Asunción hoy y por ahora no se sabe cuándo terminará el sitio, ya que el gobierno anunció que no negociará la condonación de deudas.

Tal vez sea un buen momento para empezar el postergado trekking. (Algún provecho hay que sacarle a los baches).

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