A la vista, pero invisible

Poco antes de las 5:00, un niño de unos 8 años dormía en la dura, sucia, y fría vereda del cruce de las calles Azara y Brasil de nuestra capital.

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El pequeño se había convertido en una especie de caracol cubriendo su cabeza y parte de sus piernas con una desgatada y sucia remera.

Quizás el niño de la calle soñaba que su mundo era como de otros miles de niño de su edad, que viven arropados con el amor de sus padres y duermen en una confortable cama, pero si ese era su sueño, pronto acabaría con caótico tránsito que empieza convertirse en un verdadero mar de rugir de motores, de bocinazos de apurados y nerviosos conductores en cuyas mentes se encuentra impregnada la idea de avanzar y encontrar un lugar para estacionar en el corazón del microcentro. 

A pesar de ser temprano, ya mucha gente deambulaba por el lugar y una buena cantidad de vehículos paraba en el cruce semafórico cuando el potente foco superior del aparato marcador de paso daba rojo.

Los conductores fijaban la mirada al paso de la luz verde y los transeúntes casi pisaban al niño en su dura carrera para llegar en horario justo a sus trabajos.

Para todos, el pequeño parecía invisible, como si no estuviese allí; era como si los harapos que vestía lo camuflaran con la desprolija vereda o, resumiendo, a nadie le importaba el pobre niño.

El reportero gráfico de este diario Diego Peralbo fijó la lente de su cámara y capto la dura imagen del menor en situación de calle. Para ejemplo vale un botón, se dice, y esa gráfica representa a los cientos de niños de la calle que deambulan por la capital y que son invisibles a los ojos de las personas comunes y de las autoridades que deberían velar para que no se tengan que escribir pequeñas y tristes historias como esta.

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