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Aunque la docencia era segunda opción, su alma de maestra ya daba sus primeros pasos en la parroquia de su barrio, antes de comenzar su formación. Fue su padre el que le hizo ver “que ese era el camino”. Hoy, ya suman 38 los años en que miles de alumnos la reconocen en la calle, la abrazan y agradecen por su calidez e interés para cada uno ellos. Esta es la historia y el secreto mejor guardado de la “profe Ana”.
Ana Ruiz Díaz se remonta a aquellos años en los que debía decidir qué estudiar y comenta que su primera opción era la carrera de derecho, pero su padre viendo la dedicación que ella ponía a su labor de catequista le dijo que no veía que tenga la vocación para ser abogada “porque para ser abogada tenes que convertir en verdad la mentira de tu cliente y vos no sos así”.
Y allí estaba su segunda opción. Ella quería ser profesora de literatura porque le gustaba leer y escribir, sin embargo, el camino no era tan fácil como parecía.
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“Me fui al ISE (Instituto Superior de Educación, hoy, Instituto Nacional de Educación Superior) y la carrera incluía guaraní, castellano y literatura. Pero mi sorpresa y alegría fue cuando le encontré a mi excompañera del tercer grado, que se había mudado al interior con sus padres. Ahí nos reencontramos, estudiamos y nos recibimos de profesoras de educación idiomática”, comenta.
También estudió licenciatura en letras en la Facultad de Filosofía UNA, profesorado para primaria, profesorado de lengua guaraní, profesorado en artesanía, postgrado en didáctica universitaria y ahora cursa el tercer año de la carrera de derecho – aquella primera opción -.
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Sus inicios en la docencia
Su primer trabajo fue en una escuela de su barrio en 1986, donde enseñaba a los alumnos del quinto grado, así como a jóvenes del cuarto, quinto y sexto curso.
Acudió a un llamado para profesores de educación idiomática, en el Saturio Ríos, fue seleccionada de entre otros 15 postulantes, así que desde 1987 hasta el 2014 fue docente en esa institución.
Sobrevivió a un trágico diagnóstico médico gracias a sus alumnos
Tras caerse de un colectivo, a los 23 años, tuvo un principio de conmoción cerebral cuya consecuencia sería no volver a caminar.
“Le dije al doctor que tenía 1.500 hijos (alumnos) y que no pensaba quedarme paralítica. Mi motor para que yo vuelva a caminar fueron mis alumnos que no me dejaron ni un solo día. Mi habitación parecía una florería. Ellos fueron mi incentivo para seguir trabajando y recuperarme”.
Años más tarde, a su padre le diagnosticaron cáncer, lo llevaron al hospital y encontró a sus exalumnos en cargos importantes, como la dirección, la farmacia y la enfermería. Ellos se convirtieron en verdaderos ángeles que le ayudaron a transitar por esa senda.
El secreto de la profe Ana
“Mis alumnos me quieren porque yo les quiero. Soy yo la que les quiere, con sus virtudes y defectos, siendo responsables o irresponsables. Por eso creo que lo que soy es lo que recibo”, asegura.
También manifiesta que es Dios el que la lleva de la mano, desde hace 38 años.
“Antes se respetaba al profesor”
Teniendo en cuenta que Ana Ruiz Díaz vio crecer a varias generaciones, le preguntamos si existen diferencias entre “los estudiantes de antes y los ahora”.
Asegura que sí, porque las generaciones más antiguas respetaban al profesor, leían e investigaban mucho, mientras que los jóvenes de hoy están muy informatizados pero a la deriva.
“El problema no está en los jóvenes, sino en los padres, porque la mayoría se ve en la obligación de salir de casa y los dejan solos. Lastimosamente tenemos que salir a estudiar y trabajar, no como antes, cuando la madre podía quedarse en casa, el que salía era papá. Nos criaron con amor, respeto y por sobre todo, con una guía”, reflexionó.
Agrega que hoy el internet les facilita todo y ellos creen que todo es fácil en la vida. Es por eso que para ella el mayor desafío de un docente es que sus alumnos lo respeten.
“Hoy, le retas a un alumno y no viene él enojado, vienen los padres con un abogado. Por eso, debemos saber cómo mirarles, cómo decirles y hasta cómo comportarnos. Pero si uno hace todo con amor, se puede lograr”, asegura.
Modernizarse: “Lloré un mes porque no sabía usar la computadora”
Con la llegada de la pandemia y las clases virtuales tuvo que adaptarse a la tecnología, con la que no estaba muy familiarizada. Fue el desafío y la satisfacción, al mismo tiempo, asegura.
“Lloré un mes cuando llegó la pandemia, porque nunca ni siquiera abrí una computadora y ahora me sirve hasta para mis estudios en la facultad. La tecnología es maravillosa, te facilita todo, pero deberíamos enseñarle a nuestros jóvenes a saber utilizarla”, indica.
“Un alumno con hambre no aprende”
La docente comenta que en muchas instituciones educativas, especialmente del interior del país, el alimento escolar es el incentivo para que los alumnos asistan a clases.
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“Si un chico tiene hambre no aprende, si tiene sed o no tiene el estómago lleno no aprende. El Gobierno tendría que darle mucho más importancia a la salud y la educación para que seamos un país progresista, pero ellos le dan más importancia a otras cosas”, afirmó.
Otro punto importante que destaca es el nivel de los docentes, que a su criterio tiene mucho que ver con la falta de amor por su carrera, y en muchos casos, que es sólo una alternativa con salida laboral a corto plazo.
“Cuando hay competencia, la gente recurre a sus amigos políticos y es esa gente la que ingresa a un puesto laboral, mientras que el docente con preparación se queda sin la posibilidad de llegar. Hay pésimos profesores, da pena el nivel y no se quieren capacitar”, se lamentó.
Enfatizó en que el docente debe ser mejor que el alumnos, por lo que la capacitación constante es primordial.
Los métodos de enseñanza de la profe Ana van más allá de los libros
Tanto sus alumnos como ex alumnos resaltan que los métodos de la profe Ana los ayudaron “en la vida misma”.
Comentan que sus enseñanzas de cómo una mujer debe defenderse ante un posible acoso en la calle y cómo los varones deben tratar a las mujeres, hoy enseñan a sus hijos.
“Más que anécdota, es algo que no se me olvidó jamás y hoy le enseño mi hija. Es cómo conjugar en guaraní: A - Re - O - Ja - Ro - Pe - O. Se me quedó de por vida”, señala Liz Rojas, exalumna.