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El monte siempre fue la razón de ser de los indígenas aché. Allí vivían en armonía con la naturaleza. Se alimentaban de animales silvestres y frutas hasta se descubrió que su territorio tenía un gran potencial económico ya sea para la agricultura o la explotación de madera.
La incursión de los terratenientes llevaban a sangrientos enfrentamientos. Los aché, experto en el arco y la flecha, además de ser conocedores del monte (nadie podía divisar ni sentir el movimiento de sus pasos), defendían su territorio. Pero la brutalidad se presentaba mejor equipada para aniquilarlos. Los rifles y fusiles eran más precisos a la hora de los encontronazos.
Los ancianos relatan que los capangas divisaban en los montes el humo y lo rodeaban y atacaban a tiros a los nativos. Los que podían huir se escondían en los tupidos follajes, otros en segundo trepaban los árboles para esconderse entre sus copas. Pero cuando era divisados, y sabían que iban a morir, se lanzaban de cabeza al suelo para entregar su vida, pero no su libertad. Allí los asesinos se apoderaban de las mujeres y de sus hijos, que luego eran llevados a las ciudades para ser ofertados por unos pocos guaraníes.
La vida de los achés está marcada de sacrificio y del peligro de la extinción. Los personeros de la dictadura, para ridiculizarlos, los llamaban “guayakí” o sea “ratones del monte”, con esa denominación y para humillarlos crearon la reserva guayaki, y otros asentamientos donde fueron confinados.
Una de esas reserva fue establecida en San Joaquín, hace 56 años, que luego pasó a llamarse Cerro Moroti. Aquí había llegado los primeros “rescatados de los montes” por los matones. Fuera de su hábitat natural muchos murieron. No aguantaban nuevas enfermedades como la gripe y se contagiaban y morían de apoco. Otros no contento con la nueva reservación dejaron el lugar y volvieron al monte, donde tampoco tuvieron la tranquilidad. Veían el ganado de los latifundistas y con sus arcos mataban para alimentarse. No concebían la idea de la propiedad privada. Y se volvían a organizar tremendas cacerías. Hasta que llegaron a la conclusión que la guerra era muy desigual para ellos.
Cerro Morotí ayer festejó 56 años de creación. Hoy es una próspera comunidad al igual que Arroyo Bandera en Alto Paraná, Ypetimí en Caazapá y Chupapou en Canindeyú. Esta ultima asediada e invadida por campesinos autodenominados sin tierra, ante la indiferencia de las autoridades nacionales, que por ser indígenas, no escuchan sus reclamos.
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La redención
Hoy los achés son indígenas que progresan. Tienen escuelas, colegios, centros asistenciales y lo mejor la gana que tienen para trabajar la tierra y producir alimentos para el sustento diario. Algunas comunidades tienen hasta la noción de cooperativa. Trabajan y ponen en común las ganancias y nadie queda sin alimento ni asistencia en educación. Cuidan de sus ancianos, suelen visitarlos para asearlos y en más de un ocasión cargaron camionadas de productos agrícolas para enviar a los indígenas necesitados del Chaco.
Los achés son hoy ejemplo de trabajo y de humanismo. Suelen decir que el progreso no se puede negar a los nativos. Por eso estudian, se capacitan, practican deportes, y cuando hay un acontecimiento, como el aniversario de una de sus comunidades, se juntan allí y CELEBRAN A LO GRANDE EL ACONTECIMIENTO. Hasta ahora el Estado paraguayo no ha pedido perdón a estos nativos.