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Don Eduardo Paredes, de 62 años, heredó de su padre y de su abuelo el oficio de preparar y vender mosto helado. Ahora se dedica a la tarea junto con su esposa María Lucila Leguizamón, sus hijos y nietos “y también pronto los bisnietos”, asegura.
Con dos enormes trapiches que trabajan sin parar ofrecen el zumo de la caña dulce (sin ningún aditamento más que el hielo de las conservadoras) a los peregrinos.
La materia prima la obtiene de su propia plantación y también acopia de otros productores vecinos en caso necesario. “En realidad trabajamos todo el año para ofrecer nuestros productos durante estos dos días”, afirma y destaca que este año las cañas de azúcar son más finas y menos jugosas que las de años anteriores por la sequía. “Hubo épocas en que era muy buena la caña dulce, ahora están muy finitas las cañas de la variedad caramelito, que es la que usamos”.
Comenta que durante las festividades del 8 de diciembre la demanda oscila entre los 2.000 a 15.000 litros y que ellos se instalan en el cerro desde el 5 de diciembre. El resto del año tienen su pequeño emprendimiento familiar en el centro de Caacupé.
Su compañera, María Lucila Leguizamón, agrega que durante la pandemia la venta durante las festividades paró, pero en una suerte de reinvento el 19 de enero de 2021 tomaron las botellas de mosto y empezaron a recorrer las calles para ofrecer, porque ese mes de diciembre la actividad fue nula. “Nuestros principales clientes fueron los médicos que luchaban contra el covid porque necesitaban consumir azúcar para reponer energías”, cuenta.
Don Eduardo se encarga del mantenimiento de sus equipos y sus nietos Elías Eduardo (9) y Jazmín (5) ya están practicando para ayudar en las ventas.
El producto se ofrece en botellas de medio litro a G. 5.000, las de un litro cuestan G. 10.000 y G. 20.000 las de dos litros.