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Mons. Ocampo se refirió del padre Ortellado Duarte como un sacerdote ejemplar que ha tratado de vivir su fe con mucha espiritualidad, muy concentrado y apegado a la oración, la eucaristía y a Dios. Instó a las autoridades, en especial a aquellas que están al frente de las instituciones, a que procuren buscar ante todo el bien común, así como lo hizo el padre Julio que se preocupaba y ocupaba del bien común de las compañías, haciendo caminos, puentes.
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En ese sentido, pidió a las autoridades que piensen más en “nuestros semejantes hermanos que pasan malos momentos, y hacer a un lado los intereses personales, sectarios o partidarios y preocupemos de nuestro pueblo, para que sea cada vez mejor nuestra sociedad, iglesia, el Paraguay y el mundo”.
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Manifestó que el padre Duarte Ortellado fue un religioso activo, realizaba tantas actividades que no se cansaba, mantenía la concentración. Ese es el secreto, mantener la espiritualidad y cultivar la fe en la vida interior.
Dijo que en la actualidad muchos sacerdotes son así también activos, pero luego pierden fuerzas, incluso algunos desistieron del sacerdocio, porque si uno no cultiva la vida interior de a poco se va debilitando, pierde el entusiasmo, se cansa y se queda por el camino.
Al padre Julio esto no le sucedió porque él siempre cultivaba su vida interior, nunca descuidó su espiritualidad y ahí está el motor de todas sus actividades, porque él unía corazón y brazos y se mantenía activo y si eso se descuida, se va a sentir agotado si es que no se está espiritualmente bien.
Comentó que vivió en unión con Dios. Ese estado permanente con Dios es lo más admirable y meritorio por ser lo más difícil tratándose de un sacerdote que vive en un mundo, marcha con el mundo, aunque no como el mundo.
Resaltó que como sacerdotes y cristianos “estamos llamados a vivir en el mundo, eso es inevitable; las obras exteriores, las preocupaciones diarias, los continuos quebrantos, las impertinencias, a veces de los fieles, el frecuente contacto con la gente mundana, dan fácilmente la dispersión del sentido y la pérdida de la vida interior y que lleva muchas veces al fracaso final”.
Las múltiples actividades sin una sólida vida interior han echado a perder a más de una vida sacerdotal. El padre Julio edificó sus obras sobre la base firme de una sólida piedad y sobre una base inconmovible.
El padre Ortellado, quien falleció a los 37 años, vivió con devoción el protocolo de la misericordia, practicó las bienaventuranzas para ser un auténtico seguidor de Jesús y ponerse en el camino como futuro santo sacerdote, que desde la infancia soñaba serlo. En su corta vida hizo mucho espiritual y material, iglesia, escuela hospital, se ocupó de los enfermos, buscaba una vida digna para las familias, señaló Mons. Ocampo.