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A más de 700 km de la capital del país, Asunción, escondido en el indómito bosque chaqueño convive la comunidad Wonta Santa Rosa. Con escala en Filadelfia, Mariscal Estigarribia y La Patria, luego de traspasar los 30 kilómetros de la mítica picada de rally ¨León Pirú¨, finalmente se llega al lugar, superando el inquebrantable ¨talcal¨ que amenaza con tragarse a quienes pasen en sus polvorientos trechos.
La percepción inicial al llegar a la comunidad es que el tiempo està detenido. Varias casitas, precariamente construidas y cubiertas de hule, se distribuyen casi sin ningún orden, como salpicados entre la vegetación. Cuando llegamos, los nativos que en ese momento estaban, miraban desde lejos curiosos y tímidos. No faltó observar mucho para percibir el estado de abandono. De fondo, sonaba una música alegre, que contrastaba con el escenario. Esa fue la bienvenida.
Andrés, pastor de la comunidad, salió a recibirnos con una amistosa sonrisa y -aunque no hablaba mucho español- nos comentó que ese día muy temprano un camión llegó al lugar para ¨acarrear¨ a los líderes y a la mayoría de los hombres y llevarlos a La Patria, en donde realizarían trámites. Entendimos rápidamente que lo que sea que los trasladaron a hacer, obedecía al clima político que se está gestando en torno a las próximas elecciones. Andrés nos acompañó también en un breve recorrido por la comunidad, a mostrarnos más bien lo que no hay antes que lo que hay. Una de las pocas edificaciones que sobresalen es la iglesia; los Manjui hace décadas fueron evangelizados y poseen incluso la Biblia traducida a su idioma. En la iglesia no hay sillas; los servicios religiosos se realizan de pie.
Los indígenas Manjui, además de la pérdida de su territorio, enfrentan hace años la pérdida de su identidad cultural. Su lengua, que es precolombina, está en grave peligro de extinguirse. Las mujeres se dedican netamente al trabajo doméstico, la crianza y a fabricar artesanías y la tasa de analfabetismo es altísima. Con los años, la educación que reciben los pocos que pueden estudiar es en nivaclé o español, obviando su idioma materno. Los hombres al migrar para buscar trabajo en las estancias, aprenden guaraní y español, dejando también atrás su propio idioma y abandonando sus prácticas culturales.
De a poco, mientras conversábamos con ellos, nos mostraron los restos de construcciones hoy casi en ruinas que en su momento albergaron misioneros; hasta tenían un dispensario médico. Hoy el dispensario luce una cama de metal sin colchón, una silla odontológica de madera y un baño que no funciona. Ni un solo medicamento hay en el lugar, quienes se enfermen de gravedad se deben desplazar hasta La Patria para con mucha suerte ser atendidos. En el 2015 fue muy sonado el caso de un anciano que falleció desnutrido y de tuberculosis en la comunidad. Los animales corren la misma suerte, el poco ganado menor que poseen sobrevive como pueden y las mascotas, están en un estado de desnutrición tan agudo que es difícil de describir. Desde hace un tiempo hay energía eléctrica, pero solo eso, además de algunas radios, no vimos nada mas que se pueda usar con electricidad.
La espera en el lugar se hace infinita para todos, las horas se debaten entre la sorda lucha por la supervivencia y la esperanza de mejorar sus condiciones de vida. Los gobernantes saben exactamente cómo llegar a la comunidad para pedir votos, pero olvidan el camino si es para ayudar de verdad. Los nativos reciben a todos amablemente, y con los años desarrollaron una diplomacia tal, que pocas veces van a encarar a los políticos de turno que llegan allí, donde falta todo.
Se estimaba que la población de manjuís en el Chaco ascendería a 900 personas, pero no se tienen datos exactos debido a que ningún organismo del Estado ha hecho un censo fiable que permita conocer la realidad de estos pueblos en cifras numéricas.