Cargando...
“Un espectro”, pensó Carlos Robles, el vecino, cuando lo vio. Estaba postrado en su cama, muy flaco, pálido, tenía los ojos hundidos, los labios secos, rodeado de desorden, una maraña de cables conectados improvisadamente y envoltorios de caramelos en todo el piso de la habitación. Tenía 87 años, pero en aquel momento parecía tener aún más. Carlos reaccionó y le dio de beber agua fresca. Con las manos temblorosas, empezó a marcar varios números en su teléfono pidiendo una ambulancia.
Deambular
Ninguna estaba disponible. En plena pandemia de covid-19, no fue posible encontrar una. A causa de su delicado estado, don Lee debía ser trasladado acostado y con mucho cuidado. En la desesperación, a Carlos se le ocurrió pedir auxilio a un amigo, propietario de una funeraria, y como en una tétrica broma, minutos después, emprendieron el recorrido en una carroza fúnebre, en busca de un hospital público que los recibiera. En tres de ellos le negaron la entrada, alegando estar abarrotados de pacientes con coronavirus.
Carlos estaba cada vez más desesperado. De su brazo, muy fuerte se aferraba la esposa de don Lee, quien perdía y recuperaba el sentido a cada instante. Finalmente decidió pedir asistencia en un sanatorio privado. Apenas llegaron, y en plena sala de Emergencias, reconocieron a don Lee y también se negaron a atenderlo.
“Ese señor vino hace 15 días por un problema de salud, estuvo internado y se retiró sin pagar”, explicó un miembro del staff. Carlos no podía creer lo que estaba escuchando. “Lo van a atender. Tenemos el dinero”, dijo casi en tono de orden.
Los médicos y enfermeras procedieron a estabilizar a don Lee. Mientras tanto, Carlos le pidió a doña Lidia que le dijera de cuánto dinero disponía. La mujer le pasó una cartuchera que llevaba apretada al pecho con fuerza. Carlos la abrió y estaba llena de papeles, facturas, boletas de agua, luz, y G. 155.000, en billetes de G. 20.000, G. 10.000 y G. 5.000. No había más que decir. Carlos pagó la cuenta de esos primeros auxilios: G. 800.000.
“El señor está muy grave. Sufre de un cáncer de colon muy avanzado. Requiere de internación, estudios y tal vez cirugía”, informó el médico que lo atendió. En total, necesitarían de unos G. 15.000.000 por día.
Pasaron unas horas, los medicamentos hicieron efecto y don Lee recuperó las fuerzas. Carlos tuvo que volver con los dos ancianos hasta su hogar. Una vez allí, recordó que don Lee le había contado alguna vez que tenía tres hijos que vivían en el extranjero, así que les preguntó por ellos.
El número
Don Lee pidió bolígrafo y papel. De puño y letra, con las fuerzas que le quedaban, escribió un nombre y un número de teléfono. Quién diría que aquel papel con caligrafía temblorosa sería más tarde la llave que abriría la puerta a otra historia.
Era medianoche. El plan consistía en contactar con los hijos y al día siguiente muy temprano, empezar los trámites para la internación.
Contestaron las llamadas recién a la mañana siguiente. En medio de las complicaciones en la comunicación debido a la diferencia de idiomas, la mujer del otro lado del teléfono dijo no creer en lo que estaba escuchando, por lo que pidió hablar con su padre. Carlos corrió a la casa de su vecino sin cortar la llamada. Lo recibió doña Lidia, aún con ropa de cama, ya entre lágrimas. Don Lee había fallecido.
Con la voz entrecortada, Carlos tuvo que dar la noticia al teléfono y luego se lo pasó a doña Lidia. Madre e hija, entre sollozos conversaron en su idioma. La historia tomaba entonces otro rumbo.
La hija de don Lee pidió a Carlos que se hiciera cargo de los preparativos del velorio mientras ella se disponía a tomar un vuelo desde Estados Unidos.
Los objetos
La hija llegó a Paraguay. Los restos de don Lee fueron cremados y llevados a Estados Unidos, junto a su esposa y sus hijos. Para entonces, Carlos ya estaba seguro de que algo había pasado años atrás para que la familia se hubiera separado al punto de ni siquiera hablarse.
Antes de irse, la hija recuperó algunos objetos personales y familiares. Don Carlos le entregó el papel en el que Lee había escrito su número de teléfono, las últimas letras de su padre. Una gran parte de las pertenencias, principalmente libros, fueron donados a sus connacionales residentes en Asunción. El resto de las cosas, se las dejó a Carlos, todo por escribanía.
Lee, el silencioso vecino, ya no estaba. Pero en ese momento, algunas de sus pertenencias, empezaron a hablar por él.
Docena de zapatos y palos de golf, antigüedades, muebles tallados de origen extranjero, entre ellos de la India y China, cámaras fotográficas y filmadoras antiguas, bustos de gobernantes de varios países, medallas, cuadros, libros en diferentes idiomas y especialidades, juegos de vajilla de plata, utensilios de porcelana oriental, frascos de perfume Chanel N° 5, una brújula, un globo terráqueo de madera, cientos de discos de vinilo, VHS, casetes y CDs, son algunos de los objetos que dejaron a Carlos con más dudas que respuestas.
La lista de objetos continuaba. Cheques antiguos por millonarios montos en dólares, documentos, fotografías de viajes en familia por el mundo, herramientas, seis maletas equipadas con ropa, toallas, zapatos y objetos de aseo personal, perfectamente preparados, bolsas y cajas aún sin desempacar, facturas y cuentas vencidas acentuaban el misterio.
Las pertenencias y las fotografías hablaban de un Lee de un importante poder económico, aparentemente de carrera militar, con contactos a nivel de gobierno de varios países. ¿Qué lo habría llevado a terminar sus días en semejante estado de abandono?
Don Lee eligió a nuestro país para pasar sus últimos días, y así fue. Llegó a Paraguay el 15 de marzo de 2018 y falleció, coincidentemente, el 15 de marzo de 2021 ¿Que habría ocurrido para que a los 87 años trasladara todas sus pertenencias de una mansión de Nueva York a un departamento de tres habitaciones en Asunción junto a su esposa con Alzheimer? ¿Cómo llegó a estar en quiebra? ¿Quién fue don Lee?
Los objetos gritan cosas, pero no cuentan toda la historia.