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A diferencia de otros años, Caacupé parece una ciudad fantasma, desolada y vacía. Los trabajadores ambulantes son los que más resienten este nuevo escenario creado por la pandemia del COVID-19 y se asombran al ver así a la ciudad en esta época del año, cuando miles de personas visitan a la Virgen de Caacupé.
La crisis en salud también trajo crisis económica, y Colmán asegura que la impotencia es inevitable. La semejanza de la actual situación que se vive, con una película sobre un hombre que queda solo en el mundo después de que una plaga acabara con la humanidad, queda explícita hoy en las calles vacías.
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“La película se trata de un último sobreviviente, no había nadie, y justamente el día jueves yo estaba solo por Caacupé”, relata Colmán.
“Pemanomba pio?” (¿Acaso murieron todos?) gritó Cristian. Al respecto, señaló: “El grito era de rabia”. Es que ese día solo había vendido 20 chipas, 100 quedaron en su canasto. “Se siente impotencia. En esta época teníamos que vender unas 2.000 chipas por día”, señaló. Con esta situación, su producción bajó a solo 120 chipas por día.
El trabajador lamenta que el Gobierno no tenga un plan para los informales, donde no haya tantas exigencias como una patente de un puesto comercial. “Nosotros estamos sufriendo hace 9 meses, no es de ahora nomás. En Semana Santa teníamos que hacer chipa y no vendimos nada”, dijo.
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Con este sacrificado trabajo, amplía su recorrido a diversas ciudades y gracias a ello lleva el sustento diario para su familia. Cristian, por problemas económicos dejó el tercer año de la carrera de Derecho, pero su sueño de ser abogado sigue intacto, según afirmó.
Cristian expresó que su sentir es el mismo que el de miles de trabajadores ambulantes de Caacupé. “Todos quieren gritar así, solo yo me animé. Fue un grito de guerra”, sostuvo.