Último luchador de caimanes de tribu indígena de Florida se retira

MIAMI. La imagen de un hombre fortachón abriendo la boca de un caimán y acercando su cara a los 80 brillantes dientes del animal recibe a los visitantes del parque nacional Everglades en Florida, en Estados Unidos.

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Una “aventura los espera” , promete el cartel publicitario.

El hombre del aviso se llama Rocky Jim Jr. Este indígena mikasuki de 44 años lucha con caimanes hace 33, entretenido a innumerables turistas desde un foso de arena y un estanque al lado de una choza tradicional de esta tribu junto a la carretera Tamiami Trail, que conecta a Miami con la ciudad portuaria Tampa.

Pero el último domingo de 2015, este luchador de caimanes decidió que era hora de retirarse de esta tradición centenaria, sin dejar un solo sucesor en su tribu mikasuki, que cuenta con unas 600 personas.

Rocky Jim se despidió con un truco tan asombroso como peligroso; con una palmadita sobre el hocico del caimán logró que el animal abriese la boca para luego meter su mano dentro. Si algo llega a tocar el paladar del reptil —una gota de sudor, un grano de arena— la mandíbula del carnívoro se cierra por reflejo.

Pero el espectáculo de despedida concluyó en su primer minuto, pues mientras extraía su mano, al rotarla levemente, el maestro rozó sin querer a uno de los dientes.

La sensación fue como si “una puerta que se cerrara de golpe sobre mi mano. Con dientes afilados”, relató Jim más tarde en una entrevista. Pero cuando contempló su mano y antebrazo cubiertos por la boca del caimán, lo único que pensó fue: “No te sacudas”.

“Si se sacude, mi mano lo acompaña”, declaró a la AFP , describiendo el movimiento azotador que usan los caimanes, al igual que los tiburones, para rebanar carne fresca. “Su instinto natural es hacerlo”, explicó Jim, que ha sido mordido en varias ocasiones anteriores.

En Estados Unidos, la lucha con caimanes se considera como una tradición indígena y fue popularizada a principios del siglo XIX por el hijo de inmigrantes irlandeses Henry Coppinger Jr., según la historiadora Patsy West.

Coppinger también luchaba con caimanes, pero además reclutaba a indígenas, que cazaban y vivían junto a los reptiles, para que participen en los espectáculos. Multitudes pagaban para ver a hombres subirse al lomo de un caimán, abrirles las bocas y darles vuelta, una movida que deja a los animales cojos durante unos minutos.

Pero hoy esta tradición está desapareciendo.

Los espectáculos son criticados por organizaciones defensoras de los derechos animales y generan menos ingresos que los casinos que manejan muchas tribus. Y cada vez es más común que la juventud indígena busque un futuro fuera de la tribu.

“Este arte ya no es tan común como lo era una vez”, explicó el autor y antropólogo Brent Weisman.

Todavía quedan algunos luchadores de caimanes en la tribu más grande seminola, con unos 2.000 integrantes y comparte lazos históricos con los mikasuki.

Los luchadores que quedan “decidieron seguir de una forma deliberada, no para la atracción turística como una vez fue, sino como una manera de conservar viva la cultura tradicional seminola” , señaló Weisman.

Jim tenía 13 años cuando su padre, Rocky Jim, le enseñó a tratar con caimanes. Salían a los canales del parque nacional Everglades en busca de tortugas, y le mostraba cómo mover a los animales sin dañarlos o lastimarse. “Solo mira cómo se mueven y cómo van a reaccionar”, recuerda Jim que le explicaba su padre. “Solo interpreta su lenguaje corporal.”

Cuando tenía 30 años su tribu le pidió a Jim que hiciera un espectáculo en el Indian Village (El Pueblo indígena), una parada turística y aceptó.

En verdad, la “lucha con caimanes” de Jim contiene poca “lucha” y más ternura. Se hizo famoso por arrastrar del agua y por la cola a caimanes más pesados que sus 125 kilos, para luego caminar en puntillas de pie alrededor de ellos, acariciarlos, e incluso acercarse lo suficiente como para tocar con la nariz los hocicos de los caimanes más agresivos.

¿Cuál es su secreto? “Lo único que hacemos es respetarlos”, explicó.

La primera vez que vio a Jim, Pharaoh Gayles, un luchador de 25 años, puertorriqueño y descendiente seminola, pensó “que estaba un poco loco”. Pero el joven observó y aprendió. “Realmente sabe lo que está haciendo y comprende al animal”, evaluó.

Últimamente, Jim empezó a notar que la artritis en su rodilla lo había enlentecido y decidió trabajar menos. Pero en invierno participó, junto con Gayles, en cinco espectáculos durante el primer día de un festival. Esa tarde mientras regresaba en coche a su casa en un suburbio de Miami, Jim vio la sombra de un hombre al lado del camino. Y más adelante se cruzó con una lechuza volando.

“Para nosotros, ver una lechuza significa que alguien va a fallecer, y una sombra lo mismo, así que cuando se cruzan las dos es algo malo”, explicó Jim. Al día siguiente lo mordió el caimán.

Afortunadamente, el animal no se sacudió pero sus dientes le dejaron siete heridas a Jim y entonces decidió retirarse.

“En realidad solo estaba esperando el momento indicado. Supongo que este lo era”, relató.

Jim “se ha ganado el derecho de retirarse con su honor a salvo” y “ha sido un gran partícipe en este hermoso arte”, opinó Gus Batista, un indígena seminola, luchador de caimanes en una reserva de su tribu,

Aunque Jim dejará un vacío, él ya ha empezado a instruir a su hijo de 13 años a atrapar crías de caimanes, no para hacer de ello su oficio, sino para mantener viva esta tradición tribal.

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