El ayuntamiento está colaborando con la fundación “Gjirokastra” que, con la ayuda del Packard Humanities Institute californiano, ha elaborado un proyecto para transformar esa construcción militar de la época comunista en un destino turístico.
El túnel -un laberinto de pasillos y habitaciones- es en realidad una segunda ciudad escondida en las entrañas del monte sobre el que se erige el hermoso castillo medieval que domina Gjirokastra.
En forma de semicírculo, el túnel empieza detrás del antiguo Comité del Partido de Trabajo de Gjirokastra, hoy el ayuntamiento, situado en la plaza central “Çerçiz Topulli”; atraviesa casi todo el casco histórico y llega hasta el edificio del Consejo del Distrito.
“¡Ojo que no nos perdamos! Debemos apuntar en un papel por donde hemos entrado”, advierte, tras abrir la puerta, Magdalena Margariti, responsable de turismo en el Ayuntamiento.
Tras pasar por tres puertas, una de ellas blindada de argamasa y hierro de 30 centímetros de espesor, empieza un corredor oscuro y recto de metro y medio de ancho del que salen numerosas habitaciones pintadas con cal.
Luego, el corredor se ramifica en múltiples pasillos que conectan entre sí un centenar de oficinas de diversos tamaños que aún llevan en sus puertas metálicas oxidadas etiquetas de papel con escrituras como “Jefe”, “Secretario”, “Investigación y Tribunales”, “Inspectores”, etc.
La mayor sala es la de reuniones, pero no falta un servicio sanitario, un bar, una oficina de correos, o los almacenes de gasolina y agua que probablemente estuvieron conectados a las grandes cisternas del castillo.
Del equipamiento antiguo han quedado algunas sillas y camas de metal corroídas, así como mesas y butacas de madera deterioradas por la humedad, el mayor problema de la restauración del túnel.
“La fortificación no ha sido lujosa, sino concebida para garantizar la vida y una actividad normal de trabajo en tiempos de guerra”, explica a Efe Odise Kote, vicealcalde de Gjirokastra.
Construido en los años setenta del siglo XX, probablemente con la ayuda de la China comunista de Mao Tse Tung, en ese lugar secreto estratégico iban a establecerse los líderes locales comunistas que dirigirían desde allí sus actividades en el caso de una probable agresión militar de la Grecia vecina.
Este refugio, como centenares de túneles y medio millón de búnkeres, forman parte de un único sistema defensivo militar inventado por el dictador estalinista Enver Hoxha que temía un ataque imperialista o revisionista que nunca llegó.
Estas fortificaciones de argamasa y acero construidas en todos los rincones del país, aislado en aquella época del resto del mundo, absorbieron mucha energía del pueblo y del ejército, así como el dinero necesario para mantener en pie la arruinada economía centralizada de uno de los pueblos más pobres del planeta.
La edificación de las fortificaciones se intensificó en Albania en la mitad del 1970 y siguió después de la ruptura de las relaciones con China en 1978, que dio lugar al inicio del experimento de la construcción del socialismo basándose en las “propias fuerzas”.
“Cuanto más sudor en la construcción de fortificaciones menos derramamiento de sangre en la guerra”, era el lema de aquellos años, recuerda Beqir Malaj, un exmilitar.
Pero, tras la caída del comunismo en 1991 esos lugares particulares, símbolos de la Guerra Fría, han cambiado su destino militar y ahora sirven para atraer a los turistas extranjeros.
“Los extranjeros sienten mucha curiosidad de ver con qué medios nos defenderíamos de ellos”, indicó Margariti.